—Mi esposa y yo atravesamos una fuerte crisis de relación y estamos considerando la separación, a pesar de que tenemos un hijo pequeño —se expresaba con pesar, en consulta, un joven señor acompañado de su esposa.
—Quién nos lo hubiera dicho, cuando parece que fue apenas ayer que felices acudimos a que nos casaran el juez y el sacerdote, ante testigos —agregó su esposa con la misma actitud.
—Les propongo que hablemos de la expresión usada por su esposa: "nos casaron", que muy probablemente nos dé luces en su problema, les propuse convencida.
Lo cierto es que una cosa es constituirse en un matrimonio verdadero, y otra, solo parecerlo, por haberse casado por las dos leyes.
Siendo así, ¿cuál es la diferencia?
Para encontrar la respuesta podemos preguntarnos: ¿en nuestra relación con nuestros padres, hermanos, hijos, nos basamos en los documentos del registro civil para reconocer los vínculos y encontrar sustento para nuestro amor, ternura, cariño y fidelidad hacia ellos?
—No, por supuesto que no.
—Claro, y eso se debe a que las relaciones familiares son una realidad natural que se siente en las entrañas, y es indeleble para el corazón, así desaparecieran para siempre todos los documentos que las confirmaran.
La importancia del consentimiento
Significa que solo por su consentimiento se puede crear un vínculo de amor, como el acto más humano que la persona es capaz, para amarse todos los días de su vida. Un vínculo que no puede ser creado por un tercero a través de una ceremonia religiosa o civil.
Es así, pues se trata de una realidad natural, concebida en el corazón de quienes así se aman.
Como el amor a su pequeño hijo, que no nació en sus entrañas cuando lo reconocieron como tal, en el registro civil, sino en el momento mismo en el que lo concibieron.
Por tanto, fueron ustedes los que se casaron, y no que los hubiesen casado.
—Siendo así... ¿para que el matrimonio?
—Pasa que contraer matrimonio implica unas responsabilidades tanto para los contrayentes, como para la sociedad misma, por lo que es necesario se establezcan por un cauce legal y formal, pero se debe evitar la confusión de que el matrimonio como realidad interpersonal y natural, se asimile a una realidad legal, formalista o burocrática, como si de un simple contrato se tratara.
—Entonces... ¿qué del divorcio?
—Es muy doloroso, pues aun cuando los papeles digan que dos ya no están casados, es el espíritu el que queda irremediablemente dañado, pues se pretende algo que no es natural, como cuando se pretende desconocer o dejar de amar a los hijos, padres o hermanos.
Vínculos en los que ciertamente puede haber alejamientos o rompimientos, pero que nunca dejan de ser, y por los que la carne y el espíritu claman. Tan es así que cuando llega la reconciliación, se recupera una gran alegría y, al mismo tiempo, se vierten muchas lágrimas.
¿Se puede salvar el amor conyugal?
Igual pasa con el amor conyugal. Es reparable y salvable, a veces a costa de lágrimas, pero con un profundo sentido, en el que se supera el dolor, se recupera la paz y se afirma la libertad interior.
Cuando no sucede así, los hay quienes, tratando de atenuar el dolor, después del rompimiento de su matrimonio, pretenden o dicen quedar como buenos amigos, tratando de sustituir el amor conyugal por otro tipo de amor, que ya no es a la otra persona en cuanto varón, y en cuanto mujer, unidos en la totalidad de su ser.
Mis consultantes se decidieron por recuperar una relación que -reconocieron- solo a ellos pertenecía, y que era una realidad natural engendrada desde lo más íntimo de su ser.
El final fue un final feliz.
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