Marta Abreu sentía que debía dar lo que tenía, a quienes carecían de todo o casi todo. Fue benefactora de infinidad de infraestructuras y ayudó a todo aquel que se lo pedía. Marta Abreu fue, sin lugar a dudas, un Ejemplo en mayúsculas de caridad cristiana.
El 13 de noviembre de 1845 llegaba al mundo la primera hija de Pedro Nolasco González-Abreu y su esposa Rosalía Arencibia, a la que bautizaron con el nombre de Marta de los Ángeles. Tras ella, nacerían dos niñas más que completarían aquella familia que nadaba en la opulencia y vivía bajo los designios de la Iglesia católica. Ya desde pequeña, Marta y sus hermanas entendieron qué significaba darse a los demás, observando a sus padres dar limosna después de misa y organizando todo tipo de campañas solidarias y benéficas.
Marta fue educada en casa y en la escuela, donde recibió una buena educación y le fueron transmitidos los principios de la vida cristiana. Como nos recuerda Pánfilo D. Camacho en su biografía sobre Marta, en el seno de la familia Abreu se vivía la religiosidad con gran intensidad.
"Cuando llegan las fiestas de Semana Santa, Rosa y Marta participan en ellas con el júbilo y contento propios de la niñez. A los múltiples actos que se verifican en ese evento religioso acuden ellas en compañía de Doña Rosalía. Están presentes en los lavatorios del jueves santo, en las tinieblas del día siguiente con el santo entierro y en la procesión del Domingo de Resurrección en la Plaza Mayor".
También desde pequeña fue consciente de su situación económica privilegiada, algo que, lejos de satisfacer su corazón, perturbaba su conciencia. Marta no entendía por qué había personas que vivían esclavas de otras y por qué niños y niñas de su edad no tenían lo mismo que ella.
En su inocencia infantil, nos recuerda Camacho, "tampoco comprende la abundancia y riqueza de su casa mientras que a dos pasos de ella hay niños pobres que no tienen qué comer. Por su parte, a las esclavas que están a su servicio les da trato cordial y cariñoso. Las quiere como si fueran de la familia. Nadie acude más pronto que ella a dar la limosna solicitada, a la que muchas veces, cuando se le sugiere, acompaña objetos en desuso. Sus batas van a parar, muchas de ellas casi nuevas, a las amiguitas pobres del barrio".
Esta conciencia infantil maduraría años después haciendo de la villa de Santa Clara, donde había nacido y crecido, la cuna de su obra filantrópica. Marta Abreu se casó con un abogado y catedrático, Luis Estévez, con quien compartió viajes y proyectos en común. Luis apoyó la decisión de su esposa de utilizar su ingente fortuna en mejorar la vida de sus conciudadanos. Impulsó la creación de colegios, asilos, puentes, conventos, un dispensario, una central eléctrica que iluminó las calles de la villa, mejoró las condiciones materiales de un observatorio meteorológico, una estación de bomberos, una jefatura de policía, lavaderos públicos…
Marta Abreu eligió meticulosamente el 8 de septiembre de 1885, día de la Virgen, para inaugurar el Teatro La Caridad, un coliseo erigido sobre las ruinas de una antigua ermita cuya imagen se recreó en el telón. Marta puso como condición para abrir las puertas del teatro que sus beneficios fueran utilizados en parte para causas benéficas en la villa.
Además de dar importantes limosnas a la Iglesia, Marta Abreu impulsó la construcción de un obelisco en memoria de los presbíteros Martín de Conyedo, uno de los fundadores de Santa Clara, y Francisco Hurtado de Mendoza que tuvo también un importante papel en el desarrollo de la villa.
Todas estas obras se tradujeron en un cariño hacia la dama, a la que llamaban la "Benefactora de Santa Clara". Pero Marta solamente quería ayudar y no recibir a cambio ningún honor. La satisfacción por mejorar la vida de los demás era suficiente premio para ella. "Tan repetidas muestras de respeto - afirma Camacho - solo sirven para avivar los sentimientos humanitarios de Marta, quien ya no se conforma con lo hecho y lo que está en ejecución, sino que, en una ansia desmesurada por darse, las ideas de beneficio al prójimo pasan por su mente en tropel incontenible".
Marta Abreu y su marido vivieron los últimos días de sus vidas en París, desde donde vivieron con angustia los momentos clave de la independencia de Cuba, cuya causa apoyó de manera incondicional.
Cuando la noticia de su muerte, acaecida el 2 de enero de 1909 en París, llegó a su Santa Clara natal, el ayuntamiento de la villa declaró nueve días de luto en recuerdo de una de sus hijas más generosas.