Subtitulado "Conversaciones con el Cardenal Gregorio Rosa Chávez. Premio Nobel de la fidelidad" narra, cronológicamente, la experiencia de vida del primer cardenal salvadoreño en la historia de la Iglesia.
Esta obra se articula en cinco partes que van recorriendo la vida del cardenal Rosa Chávez, con especial énfasis en la figura de san Óscar Romero, de quien el cardenal fue un fidelísimo acompañante.
Testimonio de amistad
Durante la presentación del texto en la capital salvadoreña, el purpurado reconoció que este libro es un agradecimiento a tanta gente que acompañó su camino. "Espero que sea un recuerdo de la amistad con todos aquellos que encontré en mi camino".
Más adelante, añadió: "mucha gente ha pedido que escriba mis memorias y en esta sencilla fórmula de la entrevista, he encontrado una manera de responder a ese legítimo deseo".
Creado cardenal por el Papa Francisco en junio de 2017, siendo aún obispo auxiliar de San Salvador, durante la presentación realizada ante los comunicadores católicos de El Salvador, Rosa Chávez expresó: "Si yo me moría sin contar esto, estaría en deuda con el país".
Amenazas cumplidas
Testigo de primera mano, el cardenal Rosa Chávez cuenta al padre Beramendi detalles íntimos del asesinato que conmovió a El Salvador y a todo el mundo aquel 24 de marzo de 1980, asesinato que empujó a la nación centroamericana a la guerra civil.
"Cuando escuché la exhortación dirigida a los soldados en su homilía del domingo el 23 de marzo de 1980, pronunciada en la basílica del Sagrado Corazón porque la catedral había sido tomada por un grupo de izquierda, sentí en mi corazón: es su sentencia de muerte", recuerda el cardenal Rosa Chávez en la entrevista.
Más adelante señala que a monseñor Romero ya le habían dicho varias veces que lo querían matar, pero la advertencia que él tomó en serio fue cuando recibió una llamada telefónica del nuncio Lajos Kada, desde Costa Rica, un mes antes de su asesinato.
Estuvo con su pueblo
Un mes antes de su asesinato, Romero dijo en una homilía que estaba amenazado. Fue entonces cuando prometió a la multitud que le escuchaba en el templo y en todos los rincones de la patria: "No abandonaré a mi pueblo, sino que correré con él todos los riesgos que mi ministerio me exige".
Rosa Chávez considera que para él "fue una gracia especial" pasar tanto tiempo al lado de san Romero y compartir de manera especial su esfuerzo cotidiano por ser fiel a su misión, compartir también su sufrimiento de sentirse cada vez más solo.
Lo dijo en una ocasión, recuerda el cardenal Rosa Chávez: "Me estoy quedando sin amigo". Romero murió con mucha soledad, con la incomprensión e incluso con una enorme carga de maledicencia que el tiempo se ha ido encargando de desmentir.
Un día aciago
Al rememorar los acontecimientos del 24 de marzo de 1980, lunes de la Pasión, en la semana que culminaría en el Domingo de Ramos, el portero del seminario le dijo a monseñor Rosa Chávez que "habían herido" a monseñor Romero.
De inmediato se trasladó en taxi hacia la Policlínica Salvadoreña que era dirigida por religiosas Carmelitas Misioneras. "Vi a monseñor en una camilla de lámina, con sus ornamentos sacerdotales morados, sin vida, con el rostro sereno, sin rasgos de sangre, pues ya le habían limpiado".
Sigue su relato: "Algunas religiosas rezaban a su alrededor. Creo que fui uno de los primeros sacerdotes que rezaron un responso por él. Había un grupo de gente pensando qué hacer, o qué decir porque se temía lo peor. Todos estábamos desconcertados".
Luto nacional
En la entrevista, el cardenal Rosa Chávez recuerda que fue el vicario general de la arquidiócesis de San Salvador, monseñor Ricardo Urioste, quien formuló las primeras declaraciones oficiales en las que se dejaba en claro que todo el pueblo salvadoreño estaba de luto.
Y luego agregó: "Gracias al Señor por habernos dado un arzobispo tan valioso, por habérnoslo concedido durante tres años, tan profundamente cristiano y sacerdote amante de la justicia y la paz. Esa es la razón de su asesinato: haber querido la justicia y la paz".
Sabiendo de dónde venía la bala monseñor Urioste dijo que "hay algunos que están de gozo, es una gracia negra, el pecado mayor". El cardenal Rosa Chávez agrega: "Al salir a la calle escuché la pólvora festiva en las zonas ricas de la ciudad. Me enteré después que algunos llegaron a decir: por fin mataron al comunista".
La víctima de ese día
Al ser preguntado por el padre Beramendi sobre ese 24 de marzo, el cardenal Rosa Chávez le dijo que en él había predominado el silencio, "estaba muy conmovido, pero también sentía paz en el corazón, por las circunstancias de su muerte: había muerto en el altar a la hora del ofertorio".
Y remata: "Como dijo después la hermana Luz Echeverría, superiora de la comunidad del “hospitalito” (en cuya capilla ocurrió el asesinato), ese día Jesús le dijo: "Oscar, hoy la víctima eres tú".
Romero ha sido el primer caso, en la historia moderna, de un obispo martirizado en el altar celebrando la Eucaristía, ofreciendo su palabra y su vida. "Para mí fue una delicadeza del Señor, una gracia especial de Dios: la imagen de este martirio al celebrar la eucaristía ha sido un estímulo fuerte durante toda mi vida", dice el cardenal Rosa Chávez.