Jean-Louis Pagès tiene casi 90 años y, sin embargo, sus ojos siguen llenos de ensueño juvenil. Constructor de abadías románicas, pero también arquitecto de hoteles de lujo y maravillosa mansiones costeras del Mediterrráneo... A este trabajador de temperamento errante parecen gustarle los contrastes.
Nacido en 1933 en Rabat (Marruecos), Jean-Louis Pagès descubrió muy pronto su vocación de arquitecto. De pequeño, con apenas 4 años, ya recibía clases de dibujo. A los 12 años, la arquitectura se convirtió en una opción obvia: «Encontré un rollo de papel de calco encima de un armario, en el que estaban dibujados los planos y secciones de mi casa. Fue una revelación», confiesa a Aleteia. «Decidí enseguida que sería arquitecto, y eso nunca me ha abandonado».
Una profesión que no debe nada al azar y todo a la Providencia
Jean-Louis parece haber recibido en herencia ese gusto por el dibujo y las proporciones. «Ya tenemos tres o cuatro arquitectos en la familia a lo largo de los siglos», sonríe. Y uno de ellos no es otro que Hippolyte Pagès, amigo íntimo del Cura de Ars y principal testigo de su proceso de beatificación. Tanto es así que la familia Pagès mantiene una estrecha relación con esta santo, algunas de cuyas reliquias autentificadas permanecieron en la familia desde 1863 hasta que fueron confiadas a la abadía de Sainte Madeleine du Barroux a petición del mismo Jean-Louis.
«Mi hermana pequeña, que entonces tenía dos años, tenía fiebre tifoidea, tan grave que se estaba muriendo. Los médicos pensaban que no pasaría la noche. Mi abuelo fue a buscar la gran caja, en la que se guardaban las reliquias del Cura de Ars, y la puso junto a la cuna. Al día siguiente, la fiebre desapareció", recuerda Jean-Louis.
Su encuentro con los monasterios no fue casual: con un tío monje en la abadía de Hautecombe, y con repetidos viajes a estos altos lugares de oración y silencio, Jean-Louis parecía casi destinado a convertirse en el nuevo arquitecto de los contemplativos, hombres y mujeres consagrados a Dios en la oración y el trabajo.
«Cuando era estudiante, fui a inspeccionar la abadía de Saint-Guilhem-le-Désert (Hérault, en la Occitania francesa) y quedé fascinado. Luego descubrí Grecia, y visité tres veces el Monte Athos, visitando 18 monasterios de los 20 que hay.
Tradición y modernidad al servicio de lo sagrado
Fue precisamente la arquitectura de Saint-Guilhem-le-Désert, o la de Sénanque, la que le inspiró cuando fue llamado a trabajar, en 1983, en la construcción de las abadías de Le Barroux (en la diócesis de Aviñón), eligiendo con los monjes benedictinos un estilo románico, «muy sencillo y muy puro». La abadía de los monjes benedictinos era una nueva fundación, había comenzado poco antes, en 1970.
La empresa fue sorprendente: arquitecto y monjes decidieron trabajar «como en la Edad Media», con técnicas propias de la época, respetando las actuales exigencias de seguridad, en particular, en la construcción de las bóvedas.
La tradición y el progreso fueron así de la mano durante 25 años, durante los cuales Jean-Louis Pagès trabajó entre los monjes y monjas de Le Barroux. También les ayudó a construir la abadía de Nuestra Señora de la Anunciación.
La Abadía de Saint-Michel d'Orange, la cumbre de su carrera
Construir dos monasterios ya es toda una aventura para la vida de un arquitecto. Pero está claro que esto no era suficiente para Jean-Louis, que tenía entonces 72 años. En 2006, recibió una llamada telefónica desde muy lejos. Una voz al otro lado de la línea, la del hermano Jérôme, con acento inglés pero en perfecto francés, le preguntó a Jean-Louis si le acompañaría «en una gran aventura».
«Obviamente, ¡dije que sí», recuerda.! Tendría lugar a diez mil kilómetros de su casa en Francia, en California: se trataba de construir la mayor abadía católica de los Estados Unidos para la comunidad norbertina de Orange.
«¿Y cómo se llamará esta abadía, hermano?», le preguntó el arquitecto al monje. «San Miguel», respondió. Silencio al otro lado de la línea. «Estuve tanto tiempo en silencio que el hermano Jerome pensó que la línea se había cortado». Miguel, Miguel: es el nombre del hijo de Jean-Louis y su esposa, Françoise, que murió muy joven y brutalmente, en 1991. Fue un duelo extremadamente difícil de superar para la pareja, y el dolor sigue muy vivo.
«Para mí, estaba tan claro como el día», reconoce Jean-Louis con emoción. Fue un regalo del Cielo, un guiño de mi hijo. El proyecto duró once años. Jean-Louis también le aplicó los símbolos utilizados por los arquitectos medievales, especialmente los de la época de San Bernardo, que colocaban un símbolo espiritual en cada etapa del proceso de construcción para atraer al hombre hacia Dios.
Entre otras cosas, la iglesia de la abadía de San Miguel de Orange está orientada hacia el oeste, de modo que el sol naciente ilumina el coro el día de la fiesta del santo que dio nombre a la abadía, gracias a inteligentes cálculos. Una vida rica, un trabajo a medio camino entre el cielo y la tierra.
«El tiempo de las catedrales ha terminado», cantaba Bruno Pelletier. Tal vez, pero evidentemente no ha terminado el tiempo de los monasterios, como lo demuestra la obra de Jean-Louis.
Traducido por Matilde Latorre