Hay quienes afirman que el primer trabajo de un escritor es como la semilla que contiene germinalmente, potencialmente, toda su obra. La tarea posterior consistirá en ir dejando ver al público lo que estuvo ahí desde el principio. Y bien podría ser.
Vidas sombrías (1900) es la primera obra de Pío Baroja (1872-1956): una recopilación de relatos que recoge en parte experiencias del autor. El libro mereció muy pronto la elogiosa atención de autores como Unamuno, Azorín o Pérez Galdós.
Baroja ejerció como médico pero su carácter seco, áspero, motivó que pronto riñese con el médico anterior, con los pacientes, con el cura y el alcalde del pueblo… Regresó a Madrid para hacerse cargo de un negocio familiar, una panadería. De ahí que algunos dijeran que Baroja era un escritor "con mucha miga".
Todo buen escritor, y Baroja lo es, plasma en sus obras, sus personajes, sus temas, rasgos de su alma. Baroja tenía una fuerte personalidad pero era, sobre todo, un hombre contradictorio e inquieto.
Perteneciente a la generación del 98, negaba que existiese fundamento alguno para hablar de dicha generación; anarquista convencido, organizaba disciplinadamente sus jornadas; pesimista, infunde a sus personajes ansia y alegría de vivir. Al parecer nunca logró sosiego interior, nunca logró estar a gusto y en su extensa autobiografía aparece como un cascarrabias.
Además de Vidas sombrías, en 1900 publica La casa de Aizgorri, su primera novela y primera de la tetralogía denominada Tierra vasca y a la que pertenecen también El mayorazgo de Labraz (1903), Zalacaín el aventurero (1908) y La leyenda de Jaun de Alzate (1922).
De Zalacaín el aventurero se hicieron dos adaptaciones cinematográficas en vida de Baroja (la de Francisco Camacho en 1928 y la de Pedro Orduña en 1955).
En Zalacaín se percibe un eco del cosmos antiguo, una afirmación de la superioridad del mundo rural y vasco sobre el civilizado y urbanita. De hecho, Martín, el pequeño de los Zalacaín crece sin ir al colegio, sin visitar la ciudad y sin padre (y, muy pronto, también sin madre).
Su linaje (los Zalacaín) y su situación el mundo hacían esperar que "Martín fuese como su padre y su madre: oscuro, tímido y apocado; pero el muchacho resultó decidido, temerario y audaz".
El contexto de la obra es la tercera guerra carlista. La guerra, en la que salen a relucir banderas enfrentadas, ideales de unos y otros, y rasgos de la patria común. Pero para Martín la guerra es el contexto hostil en el que le ha tocado vivir, una ocasión más para correr aventuras y hacer negocios. Vive en la tierra vasca, en Francia y en España pero sin entregar su individualidad: "Mi país es el monte".
Novela de aventuras al fin, nos muestra cárcel y fugas, guerra y persecuciones, amores y odio, celos… La vida, en fin. En la obra barojiana hay acción y también reflexión. Por eso señala que, "de conocer Martín la Odisea, es posible que hubiese tenido la pretensión de compararse […] a sí mismo con Ulises".
Ulises, prototipo de aventureros pero también modelo de cuantos saben que todo se pierde si no volvemos a casa y que todo ha valido la pena si ha servido para conducirnos a la paz familiar.
Zalacaín es consciente de la hermosura del sosiego de la vida hogareña, pero él "tenía ambición, amor al peligro y una confianza ciega en su estrella. La vida sedentaria le irritaba".
Hay en Zalacaín un empeño por afirmar de la individualidad, por ser dueño de la propia vida al margen del "destino" (de la herencia paterna y del entorno) pero sabemos que entre los Zalacaín hubo uno llamado también "Martín" y cuya historia, en su vida y en su muerte, se parece tanto al héroe de esta aventura… contradicciones para cuya explicación habría que recurrir al alma inquieta, contradictoria, del autor.