En la espaciosa sala de aquella magnífica residencia, yo intervenía profesionalmente en la elaboración de un convenio regulador, sobre las condiciones de la separación de un joven matrimonio. Lo hicimos en lo referente a los bienes, la custodia y los regímenes de visita de los hijos, las pensiones de alimentos, la pensión compensatoria, entre otros difíciles y delicados aspectos.
Me impresionó su actitud negociadora, como si solo se tratase de disolver un contrato y su ser personal no estuviese involucrado. Mientras que, como en una imagen surrealista, en una pared aún se podían observar unas fotografías de ellos muy enamorados y con radiante sonrisa, en su boda, convivencias, viajes y... junto a sus dos pequeños hijos.
Lo que vi no era un hogar sino un lujoso hábitat, construido con esfuerzo, en el que no se instaló una comunidad de vida y amor como fruto de la verdadera unión.
¿Cuál había sido el trasfondo del quiebre de una relación, que en apariencia lo prometía todo?
Mucho más que un contrato
Ciertamente un amor conyugal se incuba y desarrolla en un entorno socio-cultural, que lo envuelve y con el que tiene una relación tan intensa que puede llegar a absorberlo. Pero lo cierto es que la unión amorosa contiene en si la potencia de no permitirlo, al generar un ámbito inédito de libertad y realidad, que la empodera contra toda mala influencia.
Sin embargo, todo indicaba que había pesado más, que quienes se habían amado, fuesen, ante todo, un prestigioso abogado y una exitosa empresaria. Esto haría que la suya se convirtiera en una relación compleja, repleta de dificultades y emboscadas, siempre en una tensión dramática.
Sus carreras y éxitos fueron primero que un amor personal que los uniera en el ser, quizá porque asumieron ciertos patrones de realización que la sociedad impone. Pero la verdadera realización del hombre, es la familia, por la estrecha relación que existe entre persona y familia. Y el camino, es el matrimonio.
No, el matrimonio no es un simple contrato, es mucho más que ello, es la manifestación plena de la libertad a través del compromiso. Por él se adquiere un vínculo en el que, por amor, quienes se casan, unen todo lo que en sus naturalezas existe complementariamente en la dimensión de ser varón y de ser mujer.
Ser esposo, mucho más que ser socio
Un vínculo que consiste en un: "yo soy plenamente tuyo" y "tú eres plenamente mía", y nada puede impedir esta entrega plena y total, porque estamos hecho por amor y para el amor.
Un vínculo así, contiene la exigencia del cumplimento durante toda la vida, de un amor debido en justicia. Es así pues quienes se casan, lo hacen para amarse por encima de toda prueba o eventualidad, pues estamos hechos para el compromiso.
Esa es nuestra naturaleza.
Pero entre naturaleza y compromiso, las cosas que deben ser, pueden no llegar a ser, cuando interviene mal la libertad.
Un contrato civil como simple acto jurídico, vence, tiene caducidad, se puede desconocer o incumplir, sin más consecuencias que establecen las leyes humanas.
El matrimonio en cambio, es infinitamente más que todo eso. Por ello, su incumplimiento, tiene consecuencias profundamente lesivas en la humanidad de quienes se separan, al ser esencialmente único e indisoluble. Pues por él, quienes se unieron, se constituyeron en una sola carne y un solo espíritu.
Esta sublime y profunda realidad se concreta en la persona del hijo. Sus células jamás se diferenciaron para ser unas del padre y otras de la madre. Fue engendrado en una nueva carne, en la que, sus progenitores por obra del Creador, son una sola cosa y se encuentran indisolublemente unidos.
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