Los fans de Harry Potter sonreirán cuando lean el nombre de San Mungo. En el universo de fantasía creado por JK Rowling, el Hospital de San Mungo para Enfermedades y Heridas Mágicas es el que ofrece atención médica a los magos que se han lesionado en el curso de sus actividades profesionales. (Entre dragones que escupen fuego y caídas de escobas voladoras, ¡la suya es una vida llena de trampas!).
Pero lo que no todo el mundo sabe es que San Mungo no es un personaje ficticio. El santo existió realmente, y aún hoy el martirologio lo conmemora el 13 de enero. Al otro lado del Canal, es tan famoso que se le considera el santo patrón de la ciudad de Glasgow.
No cabe duda de que JK Rowling conoce bien su historia. De hecho, parece que la autora siente cierta simpatía por el santo, ya que lo menciona de pasada incluso en una de sus novelas policiacas, publicada bajo el seudónimo de Robert Galbraith.
Y, de hecho, hay una deliciosa ironía en el hecho de que, en el universo de Harry Potter, los magos británicos hayan sentido la necesidad de dedicar su hospital a San Mungo. Sin duda, una yuxtaposición clara y oportuna.
¿Por qué? Averigüémoslo juntos.
¿Qué sabemos, con certeza, de San Mungo?
Como suele ocurrir a muchos santos que vivieron en tiempos remotos, todo lo que sabemos de él se condensa en unos pocos datos biográficos, tan inciertos que se desvanecen en lo legendario.
Según la tradición, San Mungo murió en el año 614, a la notable edad de noventa y seis años, en su amada Glasgow, ciudad de la que había sido obispo la mayor parte de su vida. Fueron precisamente sus conciudadanos quienes lo apodaron "Mungo". (Es un término que, en el dialecto de la época, significaba "querido amigo" y se usaba con frecuencia como apelativo cariñoso).
Su verdadero nombre era Kentigern, pero el obispo de Glasgow no se arrepintió en absoluto de adoptar el apodo que le habían puesto sus fieles. Y de hecho, es con ese nombre que todavía hoy se le recuerda.
A finales del siglo VIII, rememorando los notables acontecimientos que habían afectado a las diócesis de Escocia, los Annales Cambriae hablan en realidad de un tal Kentigern muerto en 614. Este es el testimonio más antiguo que permite afirmar que San Mungo ciertamente existió. y desempeñó un papel importante en la formación de la Iglesia local.
Datos inciertos
Por lo demás, todo lo que sabemos de él está contenido en una obra muy tardía, compuesta en la segunda mitad del siglo XII por Jocelyn de Furness. Se trataba de un monje cisterciense autor de numerosas Vitae dedicadas a santos anglosajones.
En las primeras páginas del texto, Jocelyn declara que basó su escrito en testimonios orales y en documentos en papel que estaban en su poder. Y que, sin embargo, no se han conservado hasta el día de hoy.
Lo cierto es que su Vida de San Mungo tuvo un gran éxito, haciendo devota a un santo que, hasta entonces, no parecía ser especialmente querido. (Por poner un ejemplo llamativo: hasta entonces, la ciudad de Glasgow consideraba a San Constantino el Grande su patrón. Y la primera iglesia dedicada al santo obispo se construyó en los mismos años en que Jocelyn estaba trabajando en su hagiografía).
De una homonimia, una curiosa leyenda artúrica
Según leemos en su Vida, Mungo era un joven de noble cuna, descendiente de la familia del rey de Lothian. Su nacimiento se había producido en circunstancias excepcionales y dolorosas. El niño había sido concebido tras una violación que su madre Taneu, la hija del rey, había sufrido por parte de un tal Owain, miembro de la pequeña nobleza local.
Efectivamente, en la Escocia de aquellos años, realmente había un noble que llevaba el nombre de Owain mab Urien. El problema es que "Owain" es también el nombre de uno de los caballeros de la Mesa Redonda en las novelas del ciclo artúrico, muy populares en los años en los que se estaba componiendo la hagiografía de San Mungo.
Y aquí es donde la historia del santo obispo toma un giro extraño: porque novelistas, bufones y juglares disfrutaban irónicamente combinando los dos elementos.
A finales del siglo XII, mientras la devoción a San Mungo se desarrollaba "normalmente" en el interior de las iglesias, en las plazas y posadas se empezaron a contar fantasiosas historias.
Según ellas fue Sir Owain, el Caballero de la Mesa Redonda, quien engendró a San Mungo en un desafortunado episodio de violencia. Ocurrió una tarde en que el noble había exagerado un poco con el vino y, habiéndose emborrachado, había terminado por comportarse de manera decididamente poco caballeresca con la hija del rey que le hospedaba.
Devoción versus leyenda
A los ojos desencantados de los modernos, ciertamente parece extraño (y a veces hasta blasfemo) mezclar vida de santo y novelas con tanta despreocupación. En la práctica, la sensibilidad de la época era muy distinta a la nuestra y operaciones literarias de este tipo se realizaban con frecuencia, sobre todo en el ámbito anglosajón.
Básicamente, los fieles eran perfectamente capaces de distinguir la "verdadera" vida del santo de las imaginativas reelaboraciones que fueron proponiendo poco a poco los trovadores. (Al igual que los modernos somos perfectamente capaces de ver un biopic sobre un personaje histórico. Sabemos que nos encontramos ante un película de televisión, y no un documental).
Y así, en la ficción popular, San Mungo se convirtió en el hijo ilegítimo de Sir Owain, Caballero de la Mesa Redonda. Nadie lo creyó realmente, por supuesto, pero la anécdota gustó y corrió de boca en boca.
Y llegados a este punto era inevitable que la relación entre San Mungo y la corte del Rey Arturo estuviera destinada a intensificarse con el paso del tiempo.
San Mungo y Merlín: una extraña amistad legendaria
Una de las leyendas surgidas en torno a la figura de San Mungo llegó incluso a atribuirle el mérito de haber apoyado espiritualmente al mago Merlín en los últimos años de su vida.
Parece ser que en su vejez, el viejo hechicero había perdido la cabeza y se había dedicado a una vida de eremita. Vivía como un salvaje en un bosque, no lejos del lugar donde San Mungo había construido un monasterio, en el que se retiraba con frecuencia a orar.
Según la leyenda, ya atestiguada en el siglo XII, el santo obispo fue uno de los pocos individuos que aún conseguía establecer alguna forma de comunicación con aquel anciano salvaje. Lograba iluminar su mente atribulada por la locura con unos destellos de conciencia.
En una de estas ocasiones, San Mungo había tenido la impresión de que el anciano estaba lo suficientemente lúcido para poder recibir la comunión. Era algo que Merlín deseaba desesperadamente y sin embargo le fue negado por todos los sacerdotes, debido a su estado de locura.
El santo sanador
Pues bien: San Mungo, viendo algún atisbo de razón en aquella mente oscurecida por la enfermedad, no dudó en dar la comunión a Merlín. Llegó incluso a obtener de él una confesión general. Y fue verdaderamente providencial aquella conversación entre ambos; porque el viejo mago murió poco después.
Y por absurdo que nos parezca a los modernos este extraño cruce entre literatura y hagiografía (¡que, sin embargo – repito – les gustaba mucho en la Edad Media!), tal vez nos sorprenda el pensamiento de una JK Rowling que, irónicamente, se refiera a la antigua tradición, insertando una referencia a San Mungo en el universo de fantasía que creó.
Después de todo, San Mungo había sido un santo taumaturgo (como asegura la hagiografía), que (según la leyenda) había cuidado del mago Merlín en las últimas etapas de su enfermedad.
Si fueras el autor de una novela de fantasía, ¿podrías imaginar un personaje más adecuado para dedicarle un hospital para magos?