Empezó desde cero y, con esfuerzo y dedicación, terminó convirtiéndose en una de las mujeres de negocios más importantes del México de finales del siglo XIX. Con reconocimiento internacional, Juana Catalina Romero, conocida como Juana Cata, reinvirtió sus ganancias en los suyos, en su pueblo, impulsando la educación de las niñas, construyendo hospitales, entre otras obras filantrópicas.
Una apasionante historia que quedó relegada por las incontables leyendas y rumores acerca de una supuesta relación con Porfirio Díaz, que nunca se confirmó oficialmente.
La historia de Juana Cata empieza en el invierno de 1837 en el hermoso rincón mexicano de Tehuantepec, en Oaxaca. Juana Catalina Romero Egaña era hija de Juan José Romero y María Clara Egaña, unos humildes campesinos que cultivaban la tierra del istmo de Tehuantepec. Para completar la economía familiar, fabricaban tejidos con un sencillo telar familiar y su madre elaboraba cigarros de hoja.
Siendo una niña, falleció Juan José, por lo que pronto empezó a ayudar a su madre en la fabricación de cigarros. Una vida en la que los rudimentos básicos de la formación no tuvieron cabida y Juana Cata tuvo que asumir su analfabetismo hasta bien entrada la edad adulta.
En 1858, cuando era una joven de diecinueve años, estalló en México la Guerra de Reforma, que tuvo en el istmo de Tehuantepec uno de sus escenarios. Militares de ambos bandos, liberales y conservadores, convivieron durante el tiempo que duró el conflicto con la población local y Juana aprovechó la ocasión para vender los cigarrillos de su humilde negocio familiar.
Fue entonces cuando conoció a uno de los militares que terminaría siendo presidente de la República de México, Porfirio Díaz. Es en este momento de su vida que las leyendas sobre sus amoríos inician su andadura, sin tener una confirmación histórica definitiva. Cierto es que se conocieron y que mantendrían contacto epistolar en años venideros, pero el camino de Juana Cata estaría muy lejos de quedarse en una simple amante de un hombre de armas.
Con el dinero que ganó en aquellos años, Juana Cata compró una finca y con un viejo caldero y un alambique empezó a elaborar azúcar. Aquel fue el inicio de un próspero negocio. En 1867, Juana ya era una importante comerciante del istmo que, además de la fabricación de azúcar, exportaba productos como el cacao o el añil.
Juana había conseguido ser una mujer respetada que, sin embargo, adolecía aún de la falta de formación. Fue entonces cuando entraron en su vida dos hombres que cambiarían su condición de analfabeta. Fueron los religiosos José Mora y Alberto Cajigas que habían sido enviados por el arzobispo Gillow en una visita pastoral. Ambos fueron acogidos cordialmente por la famosa empresaria quien al recibir de manos de los religiosos una carta del arzobispo, se dieron cuenta de que no sabía leer. Al punto se pusieron manos a la obra y pusieron todo su empeño en enseñarle a leer y escribir.
Juana Cata se ganó el cariño y el respeto de sus trabajadores, a los que cuidó y buscó siempre mejorar sus condiciones laborales, así como de las personas de su entorno. Ella había alcanzado el éxito, pero no se había olvidado de quienes, como ella, habían nacido en familias humildes. Con el apoyo del arzobispo Gillow, consiguió traer al istmo a varias religiosas y abrió una escuela para niñas. Años después hizo lo mismo para los niños, abriendo un colegio con sacerdotes maristas.
El primer viaje que emprendió al extranjero fue a Cuba, donde estudió la producción de azúcar de la isla y se hizo con unos cogollos de caña de azúcar para cultivarlos en sus tierras. Sus negocios alcanzaron éxito internacional recibiendo reconocimientos como la medalla de plata de la La Exposición Universal de San Luis en los Estados Unidos en 1904 o la medalla de oro de la Gran Exposición de los trabajos de la Industria de todas las Naciones que se celebró en Londres en 1908.
Realizó varios viajes por el mundo, viajes de negocios, principalmente. Pero también cumplió uno de sus grandes sueños, peregrinar a Tierra Santa. Roma fue también uno de sus destinos donde en varias ocasiones se reunió con el Papa León XIII con quien debatió sobre su encíclica social Rerum Novarum que fue inspiración para sus proyectos.
A lo largo de su vida, además de escuelas, Juana Cata impulsó la fundación de hospitales, centros asistenciales y restauró iglesias en Tehuantepec, por lo que no es extraño que se la considerara una de sus principales benefactoras.
El 19 de octubre de 1915, tras una vida de lucha y trabajo constante, Juana Catalina Romero descansó para siempre. Su memoria permaneció y permanece viva entre los suyos.