Los miedos me paralizan. La oscuridad no me deja caminar seguro. Me escondo detrás de esa puerta que oculta el futuro. Quiero volver atrás, a los días de niño cuando el miedo no era poderoso, o yo quizás era más valiente.
Quiero sentir la mano de mi padre, su presencia, el olor de su colonia, la seguridad de sus pasos, su voz que tranquilizaba todas mis inquietudes.
Quisiera volver a ser ese niño que sólo al ver a sus padres sentía que los miedos desaparecían como por arte de magia.
Ha pasado el tiempo, ha crecido el bosque de los miedos, ahora son más reales, o más violentos.
Ahora tienen más fuerza y no son solo sombras que se lleva el alba. Son una oscuridad que crece como una plaga en los lugares más recónditos de mi ser.
Allí donde no me confieso a mí mismo que no voy a poder lograr todo lo que me proponga. Allí donde no acabo de perdonarme todos mis pecados. Como si sólo bastara con quererlo para que se hiciera realidad ante mí todo lo soñado.
La luz
Por eso vivo buscando esa luz que me deje ver la senda por la que debo caminar. La Biblia tiene una propuesta:
"El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?
El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?
Una cosa pido al Señor, eso buscaré.
Habitar en la casa del Señor por los días de mi vida;
gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo.
Espero gozar de la dicha del Señor en
el país de la vida.
Espera en el Señor, sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor".
Quiero esperar en el Señor para no temblar, pero no siempre lo espero.
Confío en ese Jesús que me mira y me dice que cree en mí, pero se me olvida.
Creo en ese Jesús que sabe que valgo y soy bueno, conoce mi nombre y el color de mis entrañas. Me ha visto subir a las más altas cumbres y descender a los más profundos infiernos.
Lo conozco a Él pero me olvido. Como si las cosas del mundo tuvieran más fuerza y me atrajeran lejos de Él.
Y me pregunto ante la tempestad:
¿Quién logrará quitarme los miedos realmente?
Miro al cielo y todo es oscuro. Y su rostro, el de Jesús, se esconde, o no me basta con mirarlo para confiar.
Destellos de esperanza
Pienso en esa persona que me abraza y me dice que todo va a salir bien después de todas las luchas.
Creo en aquel que me quiere haga lo que haga, fracase o triunfe, porque su amor es una roca inamovible, una roca que me sostiene y salva.
Creo en esa persona que no cambia de parecer de un día para otro, es estable, firme, sólida. Es siempre fiel a sí misma y no me deja solo pase lo que pase.
Creo en esa persona que me hace creer que todo va a ir bien aunque esté siendo derrotado y no parezca haber una salida.
Quiero creer esas palabras que guardo de mi padre como un tesoro. No temas, hijo, todo va a resultar bien.
Amenazas que pesan
¿Para qué vivo inquieto lleno de miedos? No importa mucho porque al final siempre va a estar Dios esperándome.
Los miedos me quitan la alegría y la felicidad. Me turban en medio de mi camino. Es imposible ser feliz teniendo miedo. Me pesa el miedo como una losa.
¿Y si al final todo sale mal? ¿Y si me enfermo y muero? ¿Y si aquellos a los que más amo se enferman y mueren?
¿Y si todos descubren mis pecados y me tratan de acuerdo con mi debilidad? ¿Y si el mundo me juzga y decide que merezco la condena?
¿Y si todos se olvidan de mí y mi nombre queda oculto tras las hojas caídas del otoño? ¿Y si nada de lo que he emprendido llega a buen fin?
Las amenazas se ciernen siempre sobre mí, una tras otra. Y no tengo cómo vencer todos los males posibles de este mundo en continuo cambio.
Mis presentimientos me llenan de inquietud. No voy a poder vencer el mal, superar las pruebas, lograr lo inalcanzable.
El miedo a perder, a fracasar, a quedarme solo es más fuerte que los deseos que tengo de vivir en paz, en casa, amado y calmado.
Ese miedo profundo que no controlo va a menudo acompañado de una profunda tristeza que todo lo enturbia.
Como si mi piel se tiñera de un color gris, turbio. Y no lograra sonreír por cualquier motivo, que es lo que yo quiero.
Porque lo que de verdad deseo es ser feliz, ser libre de todos los miedos que me atan.
Me asusta la oscuridad cuando no logro ver el camino a seguir entre tantos bosques.
Me gustaría alzarme sobre las nubes que cubren mi sol. Y descubrir allí en las estrellas el sentido más verdadero para seguir luchando. La luz, esa que algunas personas emanan con su presencia. Esas almas puras, llenas de esperanza, que irradian una luz que no les pertenece.
A su lado siento la paz que a mí me falta y se levantan vientos que arrastran las oscuridades muy lejos de mí.
Me gustaría ser yo una luz en medio de la noche. Un pozo de luz para los que están perdidos. Pero para eso tengo que dejar que Jesús entre en mi interior y me ilumine.
Tengo que permitir que irradie todo su poder. Tengo que obedecer a su llamada, dejarlo todo y seguir sus pasos. Y ponerme en camino dejando a un lado todos mis temores.
Jesús pide: "Confía"
Busco la luz en mi vida, todo lo que sucede en la noche enturbia mi conciencia. Es oscuro lo que no está lleno de su presencia.
Quiero la claridad para saber qué pasos dar, qué palabras decir. Jesús a mi lado me llena de esperanza y dejo a un lado los miedos.
Si Él me llama todo cobra un sentido. Como la primera vez cuando pronunció mi nombre y lo dejé todo para caminar a su lado.
Y supe entonces que vendrían sombras y noches. Y perdería el calor de su mano, la fuerza de su palabra.
No quiero olvidarme de su llamada. Una y otra vez vuelve hasta mí para pedirme que confíe, que recuerde el primer abrazo, que no desespere y siga creyendo aunque todo a mi alrededor parezca perdido. Su fuerza, su fe y su luz les dan sentido a todos mis pasos.