Voy a confesarme y admitir públicamente que apenas sé lavar la ropa. Mi esposa y yo nos conocimos en la escuela secundaria y nos casamos a la edad de 20 años. Una vez que dejé la casa de mis padres, donde nuestra sufrida madre de tres hijos cuidaba de mí y de mis hermanos, mi esposa lavaba toda la ropa. Nunca aprendí.
Hasta el día de hoy, me pongo extremadamente nervioso cada vez que tengo que cargar la máquina yo solo y elegir la configuración. Hay tantos botones. Tantos ajustes. No puedo evitar sentir que si elijo la incorrecta, reduciré nuestra ropa a un tamaño cómicamente pequeño o pondré todas las camisas rosadas.
Esto no significa que no haga las tareas de la casa. Lavo los platos, trabajo en el jardín, cuido los autos y, en ocasiones, incluso se me conoce por intentar arreglar un tomacorriente roto o abordar un proyecto de mantenimiento. Mi tasa de éxito es cuestionable, pero lo que cuenta es el esfuerzo, ¿verdad?
De hecho, hay ciertos aspectos del mantenimiento de la casa de los que mi esposa no sabe absolutamente nada porque sabe que yo me encargaré de ellos, al igual que ella se ocupa de la ropa.
Más que la suma de sus partes
Hay una forma misteriosa en la que dos personas que están casadas se vuelven más que la suma de sus partes. Hablan igual, desarrollan intereses similares, comienzan a compartir objetivos. Inventan chistes internos que nadie más piensa que son divertidos y aprenden a comunicarse sin siquiera pronunciar una palabra.
Dos que se convierten en uno es como un superpoder. El espacio cerebral que ahorro al confiar en mi esposa me ha liberado en otras áreas para convertirme en más de lo que hubiera sido por mi cuenta.
La fricción creativa que obtengo de ella es de valor incalculable. Hablamos de ideas, compartimos sueños y con el tiempo he absorbido su particular forma de pensar.
Me interesé en lo que a ella le interesa: portar bebés, fotografía, caminatas y jardinería, por nombrar algunos, y descubrí que mi camino por la vida se ha desviado y mejorado maravillosamente.
Soy una persona mucho más diversa y completa por haber compartido mi vida con ella. Es difícil de explicar, pero siento que he asumido tantos aspectos de su personalidad y, sin embargo, me siento mucho más yo gracias a ella. Hay algo misteriosamente creativo en nuestra unión, algo poético.
Los beneficios
Los beneficios del matrimonio se manifiestan de manera medible. Por ejemplo, los estudios muestran que las personas casadas viven más y experimentan menos depresión. Las parejas casadas tienen mejor salud física, más estabilidad financiera y mayor movilidad social que las personas solteras. Claramente, existen beneficios prácticos que se extienden a ambos cónyuges.
Joshua Wolk Shenk, en su libro Powers of Two, explica:
"Los individuos en grandes díadas serán muy diferentes entre sí y muy parecidos. Estos extremos simultáneos generan la profunda relación y la fricción energizante que definen a una pareja creativa"
El amor nos ayuda a trascender las limitaciones individuales mientras, al mismo tiempo, protege nuestras personalidades únicas.
En menor grado, este poder de una misión compartida está presente también en otras relaciones. Estoy pensando, por ejemplo, en la próxima fiesta de San Lucas. Siempre me ha interesado su conexión con el arte sacro, pero el año pasado, mientras revisaba la lectura de las Escrituras para la fiesta, me di cuenta de lo importante que es que Lucas y los otros primeros discípulos fueran enviados en pares. San Gregorio dice que este arreglo trae el idealismo de sus creencias a la realidad práctica.
De dos en dos... por algo
Saliendo en parejas, los discípulos aprenden a vivir lo que esperan, que es una vida de amor fraterno unificado por el amor de Dios. Sospecho, también, que son enviados en parejas porque dos discípulos unidos en misión se vuelven más fuertes de lo que hubieran sido individualmente. Son mucho más que compañeros de viaje. Como amigos unidos por un vínculo estrecho, deben haber sacado a relucir potencialidades ocultas el uno en el otro.
Es paradójico porque, al principio, los votos matrimoniales o el compromiso de amistad parecen limitantes, pero de hecho abren un nuevo nivel de realidad.
Lo que pensábamos que era una limitación de la libertad era, de hecho, el camino hacia una libertad superior.
San Lucas, a través de sus asociaciones con sus hermanos apóstoles, se convirtió en mucho más de lo que nunca habría sido en aislamiento. Aunque no soy un santo, siento lo mismo por mi matrimonio. Me ha hecho mejor persona.
Se puede obtener el mismo resultado cuando nos comprometemos con amistades y asociaciones a largo plazo dentro de la Iglesia. Quizá por eso se describe tan a menudo a la Iglesia como una relación nupcial en la que nosotros somos la novia y Cristo el novio. Dios se ofrece a construir una vida con nosotros, a compartir todo con nosotros y, al hacerlo, impartir la gracia de llegar a ser mucho más de lo que hubiéramos sido por nuestra cuenta.