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Cómo no apegarse a la persona que nos ayudó en el proceso de conversión

Es muy lógico estar agradecidos a la persona de la que Dios se sirvió para nuestra conversión.

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María Álvarez de las Asturias - publicado el 24/01/23
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María Álvarez de las Asturias, colaboradora de Aleteia, habla de un problema que puede afectar a las personas que descubren a Dios a través de alguien

Tú no eres creyente, pero un día vas a un retiro con unos amigos y recibes la gracia de encontrarte con Dios a través de esa experiencia.

Tú sí eres creyente, pero un día en unos ejercicios, retiro, charla, encuentro, adoración… recibes la gracia de escuchar a una persona y se te abre la puerta a una relación más cercana y profunda con el Señor.

Si has vivido esto, sabes que entras en un mundo nuevo: ese encuentro con Cristo o con el Espíritu Santo, te da nueva vida. Te llenas de una felicidad inmensa ("¡Hemos encontrado al Mesías!", Jn 1, 41), te arde el corazón. Si te ha pasado, ¡da muchas gracias a Dios!

Generalmente, uno llega a este encuentro a través de mediaciones humanas: un sacerdote, un catequista, un profesor… Es normal sentir un agradecimiento enorme hacia la persona que te ha facilitado esta nueva relación con el Señor; y está bien ser agradecidos.

Corazón apegado

Al mismo tiempo, hay un cierto riesgo de que ese corazón encendido en el amor de Dios se quede también apegado a la persona que te llevó hasta Él; porque también es normal en nuestra psicología sentir un gran afecto hacia las personas que nos han hecho un bien grande, y llevarte a Dios es el más grande. De este modo, esa persona se convierte para ti en una figura de referencia muy importante.

Puede ser que algunos sacerdotes no sean conscientes de este efecto que causan en muchas personas. Si lo fueran, serían más prudentes ante algunos comportamientos que favorecen esos apegos y que, si no se cuidan, pueden derivar en enganches emocionales y también en abusos de conciencia.

En el Angelus del domingo 15 de enero de 2023, el Papa Francisco advierte de los peligros de estas situaciones. Y es que cuando el sacerdote, catequista, profesor… se ha convertido en esa persona de referencia, empieza a tener un gran poder de influir en el otro, que le admira y agradece lo que ha hecho por él y, de alguna manera, puede identificar su relación con el Señor con seguir todas las indicaciones del sacerdote; con vivir su fe dentro del grupo en el que encontró al Señor; con encerrarse en las relaciones y actividades de ese grupo.

Como Juan Bautista

El mejor ejemplo para hacer las cosas bien, como dice el Papa, es Juan Bautista que "abre la puerta y se va". Y es que, poniendo como ejemplo al Bautista, el Papa nos indica que "una vez cumplida su misión, Juan sabe hacerse a un lado, se retira de la escena para dejar el sitio a Jesús".

"Ha predicado al pueblo, ha reunido discípulos y los ha formado durante mucho tiempo. Y, sin embargo, no ata a nadie a sí. Esto es difícil, pero es el signo del verdadero educador: no atar a las personas a uno mismo."

Y esto se concreta en ayudarles a madurar humana y espiritualmente, y ayudarles a entender que uno ha podido ser instrumento de la Providencia en un momento dado, pero a quien hay que seguir es a Jesús.

Dejar libres a los demás

El Papa nos recuerda la importancia de dejar libres a los demás, de "no atarlos a nosotros pretendiendo gratitud".

"Y aún más, siguiendo el ejemplo de Juan: ¿sabemos alegrarnos de que las personas emprendan su propio camino y sigan su llamada, incluso si eso implica un poco de desapego respecto a nosotros?... Esto es dejar crecer a los demás."

Puedes leer aquí el texto íntegro del Angelus.

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