La pastoral de la salud de la Iglesia es una de sus realidades más desconocidas entre todas las muchas que hace. Posiblemente porque la sociedad de hoy intenta alejarse de todo lo que suene a enfermedad o muerte, de todo lo que pueda suponer debilidad, cuando si hay una certeza en esta vida es que todos pasaremos ese trance antes o después.
En esta pastoral, cientos de personas, laicos, personas consagradas y sacerdotes dedican un tiempo de su vida, ya sea dedicación plena o un tiempo sagrado de su vida, a acompañar y escuchar a personas en momentos muy difíciles y de mucha debilidad física y en algunos casos espiritual.
Son momentos duros por ser los últimos instantes de la vida o bien por el sufrimiento que acompaña a esos momentos dolorosos de la existencia humana o ambas en muchos casos.
Puede ser a los pies de la cama, como muchos voluntarios laicos de todas las edades; como los seminaristas, que es parte de su formación; y como cientos de sacerdotes, entre los que destaco al padre Iñaki Gallego, del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, al que me precio de conocer.
Siempre entra en la habitación como un soplo de aire fresco, con una sonrisa salvadora y siempre con la palabra sanadora y lo mejor, de sol a sol llevando al Señor a los corazones inquietos por estos momentos de dolor e incertidumbre cada día.
He tenido la suerte de recibir la comunión hasta en la UCI.
Sanan más de lo que piensan
También entran a pie de cama miles de profesionales sanitarios médicos, personal de enfermería, fisioterapeutas, auxiliares, personal de limpieza, etc... Un montón de personas que hacen de ayudar a los demás y del amor su forma de vida diaria.
La pastoral del enfermo puede llegar desde los medios de comunicación, dando a conocer esta realidad de la Iglesia. Programas que escuchamos en la Cope, Trece, Radio María, etc. Es un rato de programa, pero que lleva detrás cientos de horas de trabajo en equipo y que, en mi caso, por ejemplo, me acompaña y alegra algunas horas de diálisis al conectarme justo a la hora que comienza "La Linterna de la Iglesia". En este caso hablo de Irene del Pozo a quien después de muchas horas escuchándola y viéndola he tenido el placer de conocer.
O puede ser desde un cargo como delegado episcopal de pastoral de la salud, el padre José Luis Méndez, médico y sacerdote, a quien también tengo la suerte de conocer y con quien he podido charlar con intensidad de la enfermedad en sus días en la parroquia de Las Tablas. Y que, por encima de su cargo, hay una persona genial, cercana y enorme -más por dentro, que por fuera-.
Todos ellos sanan más de lo que piensan, ya que las enfermedades no son sólo del cuerpo, también del alma; acompañan más de lo que imaginan y a muchas personas les sacan de su soledad al ser sus únicas visitas.
En definitiva, la vida de un enfermo crónico es muy dura, agotadora en muchos casos, llena de miedos, reales o fruto de la incertidumbre, de dolor no siempre dominable con la farmacología. Esos miedos y dolores pueden en muchos casos llevarnos a la desesperación, incluso a querer tirar la toalla. Pero puede haber una luz.
Las claves
Una de las claves, como decía Viktor Frankl, superviviente de un campo de concentración nazi, que la clave era el sentido, la trascendencia que le demos.
Decía:
"Quien tiene un 'porqué' para vivir, encontrará casi siempre el 'cómo' ."
Si creemos de verdad, si fuéramos conscientes del todo de lo que es Dios, lo que hizo Jesús por nosotros y el abrazo continuo de la Virgen María, no habría hueco a la desesperación.
No quita el miedo o el dolor, pero sí esa sensación de vacío que atenaza con la enfermedad o la muerte cercana. Como me dijo Amelia, mi hija con 4 años recién cumplidos un día antes de una cirugía, "papá, los padres no lloran, miran al cielo y rezan". Esa fe quiero yo, esa fe que nos ayudan a sembrar todas las personas que nombré al principio, todos los agentes de pastoral de salud, por eso he querido, en un día tan especial, acordarme de todos ellos.
Y como digo siempre, a pesar de lo vivido, haciendo un repaso sincero de mi vida, sólo puedo dar gracias a Dios por el regalo de cada día a pesar del feo envoltorio de la enfermedad. Sólo puedo dar gracias a Dios cada día y decir que ¡soy un tipo con suerte! Por poder vivir, por los cientos de oraciones que recibo cada día en instagram (@untrasplantado) y por poder ayudar a gente a ver que la vida es maravillosa. Es más, es el mayor tesoro que tenemos.