Del 12 al 17 de febrero de 2016 el papa Francisco realizó un viaje apostólico a México, con una escala en Cuba en la cual realizó una declaración conjunta con el patriarca Kiril de Moscú.
Gran cantidad de mensajes del pontífice argentino calaron hondo en el ámbito nacional, especialmente en el encuentro con los obispos de México, en la Catedral Metropolitana de la Ciudad de México, la Misa en la Basílica de Guadalupe y el encuentro con los pueblos originarios en San Cristóbal de las Casas.
En la Catedral Metropolitana, Francisco dijo a los obispos mexicanos que estaba seguro «de que México y su Iglesia llegarán a tiempo a la cita consigo mismos, con la historia, con Dios».
Y subrayó: «Tal vez alguna piedra en el camino retrasa la marcha, y la fatiga del trayecto exigirá alguna parada, pero no será bastante para hacer perder la meta. Porque, ¿puede llegar tarde quien tiene una Madre que lo espera? ¿Quién continuamente puede sentir resonar en el propio corazón no estoy yo aquí que soy tu Madre?».
Embajadores enviados
Ya en la Basílica, tras un largo silencio contemplativo al ayate de san Juan Diego, el Papa llamó al pueblo católico mexicano y a sus pastores a ser embajadores enviados, como «Juanito» a «construir tantos y nuevos santuarios, acompañar tantas vidas, consolar tantas lágrimas».
Más adelante en el encuentro y la Misa celebrada con las comunidades indígenas de Chiapas, en San Cristóbal de las Casas, el pontífice exclamó aquella frase sobre la explotación de los antiguos señores de estas tierras de México: «Qué bien nos haría a todos hacer un examen de conciencia y aprender a decir: ¡Perdón!, ¡perdón, hermanos! El mundo de hoy, despojado por la cultura del descarte, los necesita».
Tanto en Ecatepec, como en Tuxtla Gutiérrez, Morelia y Ciudad Juárez, en los encuentros con diferentes estamentos de la sociedad mexicana (los jóvenes, los enfermos, las familias, los trabajadores, los migrantes, los presos, sacerdotes, religiosas y religiosos, consagrados y seminaristas), Francisco no cesó un momento de recalcar que México reencontrarse con su identidad, amalgamando lo indígena y lo cristiano en una unidad que trascienda divisiones y sea la fortaleza del futuro.
«¡México se una sorpresa!»
En su despedida, al final de la misa celebrada en el área de la feria de Ciudad Juárez, frontera con Estados Unidos, el miércoles 17 de febrero, el Papa reconoció que México «siempre sorprende»; que «¡México es una sorpresa!».
Tras citar el poema «Hermandad» del Premio Nobel mexicano Octavio Paz («Soy hombre: duro poco / y es enorme la noche. / Pero miro hacia arriba: / las estrellas escriben. / Sin entender comprendo: / también soy escritura / y en este mismo instante / alguien me deletrea»), dejó este mensaje para los mexicanos:
Tomando estas bellas palabras, me atrevo a sugerir que aquello que nos deletrea y nos marca el camino es la presencia misteriosa pero real de Dios en la carne concreta de todas las personas, especialmente de las más pobres y necesitadas de México.
La noche nos puede parecer enorme y muy oscura, pero en estos días he podido constatar que en este pueblo existen muchas luces que anuncian esperanza; he podido ver (…) la presencia de Dios que sigue caminando en esta tierra (…)
Que María, la Madre de Guadalupe, siga visitandolos, siga caminando por estas tierras –México no se entiende sin Ella—siga ayudándolos a ser misioneros y testigos de misericordia y reconciliación.
Pasados siete años de esa despedida, hoy México se encuentra sumido en la noche oscura de la violencia desenfrenada y de la polarización que presagia nubarrones y tormentas. La visión profética de Francisco no ha sido escuchada por muchos mexicanos empeñados en esparcir el crimen y la división.
Queda la Virgen de Guadalupe. El futuro de México depende de la vuelta al rostro de la «Morenita», hoy con lágrimas en sus ojos amorosos.