Siempre hay otra manera de ver las cosas. Sin embargo, tendemos a absolutizar nuestras formas de interpretar la realidad: estamos acostumbrados a entender las cosas de la misma manera, en parte porque nos conviene, en parte porque estamos programados para hacerlo, en parte porque nuestra forma de entender el mundo ha sido inducida desde fuera, por aquellos que se lucran convenciéndonos de que las cosas se deben ver desde una sola perspectiva.
De hecho, hablamos cada vez con más frecuencia de pensamiento único.
El pensamiento único no es un fenómeno original, sino que toma diferentes formas según el momento histórico: hasta hace poco, el símbolo del pensamiento único era la típica frase "siempre ha sido así", hoy es "todo deber cambiar".
La libertad, en cambio, es la posibilidad de mirar las cosas de otra forma. Quizás fijarnos en un punto de vista no nos ayude a descubrir la realidad por completo.
Cambiar la perspectiva
Jesús nos sugiere que puede haber otra forma de leer las situaciones: lo que se ha dicho antes no se quita, sino que se comprende de una manera más profunda.
Solo si nos permitimos mirar de otra manera podemos enfrentar el mal con todas sus provocaciones y hacer un bien verdadero.
Nos pasa que vivimos indignados, nos rebelamos, luchamos y, a veces nos vengamos repitiendo la misma lógica. En cualquier caso, somos inducidos a dialogar con el mal, nos situamos en su mismo nivel y, habitualmente, añadimos mal al mal.
Dejar ir
Por el contrario, Jesús nos aconseja que no entremos en la misma lógica, sino que la dejemos pasar: yo no soy el mal que me estáis haciendo. Dejar ir el mal significa no darle el poder de decidir sobre mí.
Si recibo una bofetada, puedo devolver, hacer lo mismo, tratar de compensar el daño sufrido, o puedo poner la otra mejilla, es decir, poner la cara mirando las cosas desde otro punto de vista.
Poner la otra mejilla no significa dejarse lastimar, sino buscar una forma diferente de experimentar lo que es objetivamente el mal, la ofensa, el sufrimiento, el dolor. No le doy al mal el poder de decidir mi respuesta.
Hay que soltar el mal. Quien te pida la túnica, déjale también el manto. La lógica del mal quiere que nos sintamos privados de lo que tenemos. Nos despoja del orgullo, de la dignidad, de una imagen intacta. Nos hace sentir estafados de lo que es nuestro.
Por eso Jesús nos invita a no caer en esto, sino a dejarnos despojar. De esta manera el mal no logra su propósito. Cuanto más nos oponemos a lo que el mal nos quiere quitar, más fuerza y satisfacción le damos.
Dios pronto nos permitirá encontrar otra túnica y otra capa.
Aceptar
Si nos vemos obligados a pasar por una situación, una decisión, un compromiso, será inevitable reaccionar mal. La ira crecerá, tarde o temprano estallamos y devolvemos con interés lo que estamos convencidos de haber sufrido.
Podemos transformar en aceptación lo que el otro quiere imponernos: digo sí, fiat, a las situaciones tal como se presentan. Siempre hay algo que aprender caminando juntos, siempre hay algo que aprender pasando por situaciones agotadoras.
Más allá de la reciprocidad
Intentar mirar las cosas de otra manera también significa abandonar la lógica de la reciprocidad. Si está suficientemente claro que responder al mal con su propia lógica no nos ayuda, es más difícil salir de una forma de pensar que nos lleva a considerar la reciprocidad como el valor educativo y cultural más alto.
Seguramente en muchos contextos la reciprocidad ha permitido salir de la espiral de la violencia: el código de Hammurabi con sus prescripciones, que ordenaba reparar el daño con un daño equivalente, ciertamente ha permitido frenar la corriente de la venganza, pero no puede ser considerado como el modelo de las relaciones humanas.
Jesús nos desequilibra y nos saca de nuestras situaciones de comodidad: la conveniencia de amar solo a los que nos aman o de saludar solo a los que nos saludan.
El Evangelio es una llamada a romper el equilibrio, porque es la única forma de crecer. Pero, sobre todo, solo superando el equilibrio y la reciprocidad podemos llegar a ser perfectos como el Padre: el Padre es perfecto en el amor y no ama según la lógica de la reciprocidad.
El Padre ama derrochando amor, nos ama aunque nunca podamos responder adecuadamente, nos ama como el sembrador que siembra la semilla en todo tipo de suelo.