No siempre queremos ver cómo son realmente las cosas. Quizás porque tenemos miedo de llevar el peso, quizás porque soñamos que tarde o temprano la realidad cambiará por sí sola.
Solo llegamos a entender que una relación se ha desgastado cuando ya es demasiado tarde, precisamente porque no queríamos ver lo que estaba pasando.
No vemos por qué nuestra mirada prefiere detenerse en la superficialidad de las cosas.
Solo quien cierra los ojos y no se deja distraer por las apariencias puede ver verdaderamente.
1Oscuridad y luz
Ver la realidad es una gran responsabilidad, siempre tiene consecuencias y nunca sucede de la noche a la mañana.
Todos somos ciegos en alguna medida. Por eso el camino espiritual que Jesús nos quiere ayudar a recorrer es un camino que nos lleva poco a poco a ver mejor, es decir, a conocernos mejor, pero sobre todo a conocer cada vez más profundamente quién es Él.
Es verdad, muchas veces estamos en tinieblas, estamos dentro de una noche profundamente oscura, pero ahí mismo se nos une Jesús. No borra la noche, pero se hace luz para acompañarnos.
El mal es parte de nuestra historia y es también el lugar donde emerge la fuerza de Dios, que transforma toda historia de mal en una historia de salvación:
"Jesús respondió: ni él ni sus padres tienen la culpa, pero esto es para que las obras de Dios se manifiesten en él".
2Sumergirse para renacer
Cada vez que Jesús nos devuelve la vista para reanudar nuestro camino, una nueva creación obra en nosotros.
El barro y la saliva recuerdan el acto original de la creación: Dios saca al hombre del barro y le insufla vida. Cuando el Señor nos abre los ojos, nos da nueva vida, nos hace nacer de nuevo.
La historia del ciego de nacimiento puede ser leída en clave bautismal: el itinerario recorrido por este hombre es imagen del camino de todo hombre que se acerca a la fe y renace.
De hecho, Jesús invita a este hombre a sumergirse en el estanque: la inmersión es el gesto bautismal y esta tiene lugar en Siloé, que, dice Juan, significa "enviado". Tal vez sea solo una sugerencia, pero el enviado por excelencia es el mismo Jesús, el enviado del Padre.
El ciego de nacimiento, por tanto, está invitado a sumergirse en Jesús para renacer. Así como los bautizados estamos invitados a descender a la piscina bautismal para encontrarnos con Jesús.
3Reconocer
Las cosas no cambian de un momento a otro, los ojos no se curan mágicamente, el encuentro con Jesús, el conocimiento de Él, requiere un camino progresivo. Nosotros necesitamos tiempo.
El texto de Juan nos presenta un camino gradual a través del cual el ciego, curado, va conociendo cada vez mejor a Jesús.
Estas etapas se traducen en el texto a través de los títulos que el ciego curado atribuye a Jesús: al principio habla de Jesús simplemente como hombre: "él respondió: ese hombre, a quien llaman Jesús" (Jn 9,11); luego a los fariseos que lo interrogaron les dijo que era profeta: "entonces le dijeron de nuevo al ciego: "¿qué dices de él, ya que te abrió los ojos?". Él respondió: "¡Es un profeta!""(Juan 9,17); pero al final, cuando Jesús se encuentra con él, sabiendo que ha sido echado de la sinagoga, el ciego curado llega a su profesión de fe: "Y él dijo: “Creo, ¡Señor!” Y se postró ante él" (Jn 9,38).
Cuando aceptamos ver la realidad, cuando estamos dispuestos a conocer a Jesús, nos convertimos en testigos de ella. Y ser testigos significa inevitablemente comprometerse.
El que era ciego se convierte en testigo, se compromete y por eso es expulsado de la sinagoga. El discípulo debe tener en cuenta el rechazo, la incomprensión, la humillación.
Jesús se entera de que ha sido expulsado y sale a buscarlo. Ahí es donde se desarrolla el camino: cuando nos dejamos encontrar por Él.
El mundo bien puede cerrar muchas puertas detrás de nosotros, puede que nos echen, pero para nosotros la puerta que nos hace entrar en la vida, quedará siempre abierta.