Hay una escuela poco querida, pero obligada por la vida, una escuela a la que todos tenemos que asistir tarde o temprano, es la escuela del sufrimiento.
Es la escuela de esos momentos de la vida de los que no podemos escapar, momentos que podemos juzgar inútiles, desperdiciados, y que en cambio nos permiten crecer.
La próxima entrada en la Semana Santa es el inicio de esta escuela de sufrimiento. Y abre un camino que nos permite releer aquellos tiempos de dolor que estamos llamados a atravesar de vez en cuando.
Aprende del maestro
Dios es el maestro que abre el oído del discípulo cada mañana y le enseña a convertirse en siervo. El camino pasa por la aceptación del sufrimiento en la propia vida.
Pero el Señor es un maestro que no nos deja solos. Nos asiste porque conoce nuestra debilidad y sabe que necesitamos ser acompañados.
Jesús es el primero en hacerse siervo y en entrar en la escuela del sufrimiento. Asume la condición de siervo y se hace obediente hasta la muerte.
Para Él el sufrimiento no es un accidente en el camino, sino que es la ocasión de gracia, a través de la cual se une más plenamente a su Padre.
Las cosas para aprender
El gran esfuerzo del hombre es la voluntad de estar en el sufrimiento. Inevitablemente queremos escapar.
La mayoría de las veces nos engañamos a nosotros mismos evitando nuestro sufrimiento, haciéndolo recaer sobre otro.
Todos tenemos, como Judas, un chivo expiatorio que entregar. Pero en realidad, tarde o temprano nos encontramos con nuestro sufrimiento sin poder evitarlo.
El sufrimiento nos asusta porque lo consideramos un desperdicio. Nos gustaría gastar nuestro tiempo y energía en otra parte.
El sufrimiento es como un vaso de perfume caro agrietado. Parece inútil, un gesto excesivo y sin sentido.
En cambio, Jesús sugiere que aprendamos del gesto de la mujer del Evangelio, la que derramó un perfume caro sobre sus pies.
La hora de la verdad
El sufrimiento es también un momento de verdad. Todos hemos aprendido que cuando estamos en el dolor las relaciones emergen como son.
En efecto, hay quienes nos abandonan y nos dejan en paz. Otros quisieran enfrentarlo con la violencia de una espada. También hay quienes se aprovechan de ese sufrimiento, despotrican, exasperan y juegan con él.
Si quieres conocer a una persona, mírala tal como es frente a tu sufrimiento.
En nuestro sufrimiento están también los que, como el cirineo, están implicados a pesar de sí mismos.
Porque el sufrimiento nunca es solo nuestro, no queda encerrado en un contenedor personal, sino que inevitablemente, involucra la vida de los demás.
También están los que permanecen bajo nuestra cruz y no se apartan. Incluso hay quienes, ante el sufrimiento del otro, encuentran un coraje que no creían tener, como José de Arimatea, que se expone yendo a pedir el cuerpo de Jesús. El coraje es uno de los frutos del sufrimiento.
El dolor en nuestra vida pone en marcha un camino, un río de amor que no se detiene.
Jesús nos lo recordó varias veces, pero no siempre recordamos su palabra: el grano de trigo cae en la tierra, pero muy pronto florecerá y la cosecha será abundante.