Posan desde hace siglos, entronizados en las alturas de nuestras catedrales. Pero, ¿de dónde vienen estas criaturas fantásticas y monstruosas, gárgolas y quimeras, que tienen un papel tanto práctico como simbólico?
Aunque los dos se confunden a menudo, cada uno tiene su propio uso. Las gárgolas, en primer lugar, toman su nombre del francés antiguo "gargoule", que designa la garganta: encontramos la misma etimología en "gargle", es decir enjuagar la boca con líquido.
La palabra "ghoul", por su parte, ha evolucionado a la palabra "boca", que se utiliza tanto para designar hoy vulgarmente el rostro, como también la boca del animal.
Así, las gárgolas son esculturas de piedra, de tamaño medio, situadas en el borde de la cubierta de determinados edificios, en particular religiosos, para evacuar el agua de lluvia a modo de canalón con el fin de proteger la estructura de la humedad. Por lo tanto, tienen un papel esencialmente práctico.
Las quimeras, por su parte, son esculturas puramente decorativas aunque suelen representar, como sus primas, animales fantásticos y monstruosos; strygi o cerberi. Si las gárgolas adornan nuestras catedrales desde el siglo XIII y se convierten muy rápidamente en un símbolo del arte gótico, las quimeras son una invención posterior, pues fue Viollet-le-Duc quien tuvo la idea de instalarlas en las alturas de Notre-Dame, durante su restauración en el siglo XIX. Desde entonces han adornado la galería superior que conecta las dos torres de la catedral.
La leyenda de San Romain de Rouen
Las gárgolas nacieron de una leyenda muy conocida por los habitantes de Rouen que cuenta que en el siglo VII, un dragón que se refugiaba en las marismas de los alrededores aterrorizaba a los habitantes de la región devorando a los desdichados y a los rebaños que por error se encontraban con él. Saint Romain, entonces obispo de Rouen, logró someter al animal imponiéndole la señal de la cruz, antes de conducirlo a la ciudad donde pereció en la hoguera, frente a la catedral.
Sólo su cabeza y su cuello emergieron de las llamas, petrificados como piedra, que los habitantes inmediatamente expusieron en las murallas de la ciudad. Esta es también la escena más representada en la iconografía de Saint Romain, patrón de la ciudad de Rouen.
De esta leyenda nace una nueva moda arquitectónica: estas bestias de piedra, temibles y amenazantes, se convierten en la Edad Media en centinelas silenciosos que vigilan las murallas de las catedrales, que representan simbólicamente la ciudad de Dios.
Así, ellos mismos repulsivos, alejan, se cree, a otros demonios de los edificios religiosos. Son también un reflejo de la batalla espiritual que se libra en el alma, dudando constantemente entre la voluntad de hacer el bien y la capacidad de elegir el mal: la salvación, parecen suspirar, está en el lugar santo que protegen.