Para muchos, la historia armenia es lejana. Hoy, probablemente, algunos ni siquiera saben que existe un país con ese nombre, Armenia, la más pequeña de las repúblicas de la desaparecida Unión Soviética.
No obstante, varios llegaron a América Latina, establecieron sus familias y empresas, trabajaron duro, trajeron su idioma ancestral de gran valor cultural, su deliciosa comida, su música alegre y vigorosa y la presencia de la Iglesia Armenia, de ya larga data, por ejemplo, en Venezuela, es profunda y aglutinante.
Los primeros cristianos
Quienes forman parte de sus familias, muchas ligadas con venezolanos, o de sus entornos, dan testimonio del valor que conceden a la familia donde el patriarca y/o la matriarca tienen fundamental relevancia. Esta milenaria raza es profundamente cristiana. Y esa esperanza los sostiene y alimenta generación tras generación. De hecho, Armenia fue la primera nación cristiana del mundo.
Entre los sufrimientos legendarios que los han golpeado está el eterno exilio sin la menor esperanza de regresar. El episodio del genocidio se empina por sobre cualquier drama y reduce a sufrimientos menores todo aquello que pueda perturbarnos, lo cual no sólo nos hace admirar a este pueblo que aún conserva su ancestral alegría sino que ha sido capaz de sobreponerse y continuar, aportando, creando y compartiendo sus dones con las comunidades que los han acogido.
Todo ello no puede ser sino un ejemplo para aquellos que hoy hemos visto el feo rostro de la opresión y de la obligada migración.
Un obispo de origen armenio a quien entrevisté hace años en Caracas, justamente con ocasión de una de las conmemoraciones del genocidio, me relató la historia. Su voz se quebró cuando me confesó que toda su familia había sido exterminada y él había abrazado el sacerdocio, pero su mensajes era asombrosamente inspirador. Todo muy impresionante. No es cuestión acá de entrar en detalles pero logró contagiar a todos con su testimonio de amor y esperanza.
Una montaña poderosa
Esta historia es dura. Comienza en el Monte Ararat, símbolo de la raza armenia. Tanto, que su imagen ocupa el mero centro del escudo armenio. Esa inmensa montaña que logró impresionar al mismísimo Marco Polo es la misma donde, según se cree, se posó el Arca de Noé. La han llamado la «Montaña Madre del Mundo» sobre la cual el gobierno turco viene ejerciendo un fuerte control. Esa montaña parece haber forjado el carácter armenio, resistente pero generoso.
La tradición ubica el origen de este pueblo como heredero de la familia del propio Noé, específicamente descendientes de su tataranieto Haik quien debido a su épica historia personifica para los armenios el espíritu libertario.
Desde el siglo IX A.C. existía el reino de Urartu que luego se conoció como Armenia. Eran excelentes productores y comerciantes y en la antigüedad hablaban de ellos como gente próspera y trabajadora, con sistemas de gobierno justos y confiables. Muy cultos en conocimientos e idiomas, la invención de su alfabeto armenio y las muchas traducciones que legaron a un mundo que se servía de la tradición oral, son parte de sus más reconocidos aportes.
Es fácil imaginar que un pueblo exitoso, unido por sus tradiciones y una religión robusta, despertara envidias. Para hacer el cuento corto pronto, bajo los persas, llegaron las agresiones a su integridad territorial y las arbitrariedades de los más fuertes contra la Iglesia Armenia. Luego ocurrieron las invasiones árabes, el dominio turco, mongol y turcomano el cual, no sin enfrentar la heroica resistencia armenia, produjo devastación.
Del siglo XV al XIX, Armenia resultó dividida bajo el poder otomano, persa y zarista. A pesar de que a lo largo de su historia hubo trechos pujantes su zaga es turbulenta. Ha sido un pueblo muy luchador cuyo sufrimiento es sólo comparable con su valor.
Un exterminio planificado
Es una historia larga, pero sólo recordaremos ahora la llegada al poder, en 1913 -poco antes del estallido de la Primera Guerra Mundial- de un grupo de nacionalistas extremistas llamados Jóvenes Turcos, comandados por líderes perversos. El objetivo era acabar con los armenios.
El caso es que Armenia se convirtió en un frente de guerra aprisionada entre dos imperios hostiles. El conflicto era una perfecta excusa para borrarlos de la faz de la tierra. Los señalaron como enemigos de la guerra y tomaron la decisión de masacrarlos, lo cual llevaron a cabo de la manera más inmisericorde.
Porque fue una masacre lo que perpetraron contra miles armenios, se tratara de líderes religiosos, políticos o intelectuales. Eliminaron a toda la dirigencia y luego fueron por el resto, practicando masivas deportaciones…que en el camino terminaron en inesperadas y crueles ejecuciones de los varones armenios. Eso ocurrió en 1915.
El resto del pueblo armenio, forzado a largas marchas, moría poco a poco de inanición y agotamiento o eran abandonados en el desierto de Siria. Lo que históricamente se conoce como «el genocidio armenio» se recuerda cada 24 de abril, por aquel fatídico de 1915.
Un año después, Francia, Alemania, Estados Unidos, Inglaterra y Austria denunciaban, a través de sus autoridades consulares, lo que estaban presenciando. Y lo describían como «aniquilación, exterminio sistemático ordenado por el gobierno». Fue una tremenda tragedia: murió la mitad de la población armenia del Imperio Otomano.
La «sultana» que los cobijó
El Ávila, la hermosa montaña «sultana» que adorna a Caracas sedujo a los armenios que llegaron a nuestro país. En tiempos del general Juan Vicente Gómez, aparecieron en Venezuela los primeros armenios. Luego otros más. No son muchos, pero si exitosos, plenamente integrados y progresivamente fortalecidos, gracias a su capacidad de trabajo y su persistencia.
Una venezolana, casada con armenio, Lucía Fernández de Devletian -matrimonio fundador de una gran familia- escribió un libro titulado «Del Ararat al Ávila», hermoso y repleto de interesantes datos acerca de ese pueblo, su cultura y su potente fe. Ha sido un disfrute leerlo y enterarnos de tanto detalle ignorado pero indispensable.
En los años 60 nació la Asociación Armenia de Venezuela y la Iglesia Armenia de Venezuela. Con cariño, se recuerda la presentación en Caracas, por aquellos tiempos, del famoso cantante francés Charles Aznavour, de sangre armenia.
Durante la década del 2000, se construye en Caracas el Monumento a las Víctimas del Genocidio Armenio en Chuao, al este de Caracas, se emite un Acuerdo de la Asamblea Nacional condenando el Genocidio Armenio y se hace pública una Declaración de Solidaridad del Concilio Plenario de la Iglesia Católica Venezolana por el Genocidio Armenio.
En deuda
El Genocidio Armenio cometido por el gobierno de los Jóvenes Turcos (de 1915 a 1918) consistió en el extermino de un millón y medio de personas que vivían en el Imperio Otomano, hecho que se considera como el primer genocidio del siglo pasado.
En 1985, la Subcomisión de Derechos Humanos de la ONU reconoció el Genocidio Armenio. Sin embargo, hasta el día de hoy, Turquía no lo ha aceptado . Aún así, cerca de una treintena de naciones han admitido el genocidio armenio, entre ellas, un relevante número de países latinoamericanos, siendo Uruguay el primer país a nivel mundial en evocarlo en 1965.
Se dice que el Estado turco le teme al reclamo de tierras y/o de una compensación económica de parte de Armenia y de los descendientes de las víctimas del genocidio. Que por eso no lo reconocen como el crimen que fue.