Hay una literatura que se inspira en los formidables avances del saber actual. No sólo imaginando otros mundos, otros seres, otros tiempos y espacios. La literatura fantástica ha explotado estas posibilidades. En ese ámbito cabe distinguir la denominada literatura de ciencia-ficción, es decir, la literatura que imagina desarrollos fascinantes, utopías y distopias, apoyándose en los logros o los tanteos de la ciencia sin limitar sus efectos al mundo físico, sino ampliándolos al cambio que el progreso científico provoca en nuestra percepción del mundo humano, de nuestra intimidad y, por tanto, en nuestra relación con los demás.
Adolfo Bioy Casares (1914-1999) irrumpe en el campo de la ficción científica y con La invención de Morel (1940) nos ofrece una fantasía razonada en el contexto de una isla. Urde la trama de un modo original, sin dejar cabos sueltos, provocando la perplejidad del lector pero resolviendo la intriga de modo que Borges (cuyo prologo acompaña a la obra) declara que "no me parece una imprecisión o una hipérbole calificarla de perfecta".
Hay un narrador o, para ser precisos, un redactor de un informe que da cuenta de cómo transcurren los acontecimientos. El narrador nos informa de que abandonó "esa corte de los vicios llamada mundo civilizado" pero no por deseo de purificación sino por algo mucho más perentorio: pesa sobre él una sentencia que lo condena y tiene que huir, esconderse. Halla una isla en la que hay algunas construcciones pero ningún habitante.
En la soledad construye sus hábitos, va descubriendo la naturaleza de la isla y las posibilidades de esos edificios. Un buen día aparecen unos "intrusos”"unas personas surgidas de no se sabe bien dónde y que parecen llevar allí toda la vida. Se oculta, los observa, entra en sus vidas en la distancia. A pesar de algún descuido, a pesar de algún intento de hacerse notar, parecen no verlo o, más grave aún, parecen ignorarlo.
Demasiados acontecimientos que ni el lector ni el narrador entienden. El informe elabora una serie de hipótesis que va sopesando. Veamos alguna de ellas: puede ser que las condiciones particulares de la isla lo hayan vuelto invisible "Objeción: no soy invisible para los pájaros". Puede ser también que esté ingresado en un manicomio… En fin, ensaya diversas explicaciones que seducen la inteligencia del lector. Será uno de los intrusos, el mismo Morel, quien reúna a todos y explique su "invento"; es una explicación científica, una solución que permite entender todo.
Es, como decimos, un desarrollo tecnológico, una fantasía científica. Ahora bien, tal como señala Le Bon, "la ciencia nos ha prometido la verdad o, al menos, el conocimiento de las relaciones que nuestra inteligencia puede captar. No nos ha prometido jamás ni la paz ni la felicidad" pero queremos la felicidad. Y el amor. Queremos una vida feliz, plena y para siempre. Queremos vivir bien y siempre, eternamente. Pero la ciencia se ocupa de objetos y relaciones entre objetos.
Bioy tiene el mérito de incorporar al invento de Morel esos deseos humanos. Morel pretende haber conseguido que la ciencia ponga a nuestro alcance la realización de nuestros deseos más profundos. La inmortalidad, por ejemplo, se ha intentado hasta ahora prolongando el vigor corpóreo; Morel explorará otra vía: "creo que perdemos la inmortalidad porque la resistencia a la muerte no ha evolucionado; sus perfeccionamientos insisten en la primera idea, rudimentaria: retener vivo todo el cuerpo. Sólo habría que buscar la conservación de lo que interesa a la conciencia".
La invención de Morel es, por tanto, una novela de fantasía sobre las posibilidades de la ciencia y la técnica o, más precisamente, sobre los inventos e intentos humanos de subir al Olimpo para robarle a los dioses el fuego y todos sus secretos: de gozo, de amor, de inmortalidad. Es, en suma, un relato bien trabado (“perfecto”, al decir de Borges) que constituye una auténtica novela metafísica.