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Veinticuatro horas en la vida de un monasterio

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Matilde Latorre - publicado el 04/05/23
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Las horas son las que marcan la vida de los monasterios de vida contemplativa, los principales momentos del día y la semana monásticos, van apareciendo los espacios en los que tienen lugar las principales actividades de monjes y monjas

A priori puede resultar a ojos del mundo, que la vida en clausura es tediosa y monótona, ¿Quieren saber sobre el fascinante mundo de la vida cotidiana en monasterios masculinos y femeninos? Las horas marcan la singularidad de esta forma de vida y los desafíos que existen hoy en día.

A raíz de películas como El gran silencio o Libres, mucha gente, y no solamente los especialistas de la materia, se ha preguntado cómo discurre la vida de un monje o de una monja dentro de las paredes de un monasterio. Es decir, qué hay más allá de la visita a las salas abiertas al público, o de la asistencia a una celebración litúrgica.

Ciertamente, la actividad no se limita sólo a la oración. En un monasterio hay un tiempo para la oración, un tiempo para el trabajo, un tiempo para el servicio comunitario, y un tiempo para los huéspedes y el ocio. ¿Qué se come en los monasterios? ¿Cómo es la celda? ¿Cómo se descansa? ¿En qué consiste la indumentaria? ¿En qué trabajan sus habitantes? ¿Cómo se divierten?

En definitiva, ¿Cómo se articulan los votos de castidad, pobreza y obediencia, que son la esencia del monacato, en el discurrir de la vida cotidiana de monjes y monjas?

Generalmente se piensa que la vida cotidiana conventual es la yuxtaposición de una serie de momentos sin una necesaria relación entre ellos, la vida cotidiana conventual es, en su concreción, captable y analizable por el estudioso, vivencia religiosa, y a su vez, esta vivencia encuentra su mejor expresión en lo cotidiano.

Los muros de un convento son algo más que un hábitat arquitectónico al servicio funcional de la existencia de sus moradores: son la expresión de toda la vida que acontece en su interior a la cual modela y al mismo tiempo da sentido. Por ejemplo, la cocina de un convento no es, sin más, la cocina de un palacio; de sobra es conocida la célebre frase de Santa Teresa:

"Pues, ¡ea!, hijas mías, no haya desconsuelo, cuando la obediencia os trajere empleadas en cosas exteriores, entender que, si es en la cocina, entre los pucheros anda el Señor, y ayudándoos en lo interior y exterior".

Horas de oración y trabajo

Para comprender en profundidad cómo se estructuran las 24 horas de un monasterio, hay que ponerse en contacto con una sabiduría milenaria a través de la figura de Benito de Nursia, padre del monacato occidental, cuya regla ha vertebrado la vida monjes y monjas desde el siglo VI hasta nuestros días, convirtiéndose en el modelo a seguir por el resto de los fundadores de las órdenes religiosas.

El elemento fundamental de la vida religiosa es el orden, y por eso la jornada monástica está estructurada en torno a las tres "eles": liturgia, labor, lectio.

Desde los orígenes del monacato, el día está jalonado por el rezo de la liturgia de las horas. Muy característico es el oficio nocturno, llamado vigilia (los antiguos maitines), que tiene lugar al comienzo, en medio o al finalizar la noche: se trata de recitar salmos, himnos y largas lecturas de la Escritura.

Al despuntar el sol, las 6 de la mañana, las comunidades van a laudes. A continuación, los benedictinos suelen ir a la sala capitular a oír un extracto de la regla de San Benito, y luego se retiran a la celda, la iglesia o el claustro para hacer la lectio divina. A las 9 de la mañana (tercera hora después de la salida del sol) se acude a tercia; a las 12 del día, a sexta; y a las 3 de la tarde, a nona. Tercia, sexta y nona están consideradas como pequeñas horas destinadas a mantener la atención en Dios.

Las actividades monacales se realizan en los momentos que transcurren entre las horas citadas. A las 6 o 7 de la tarde, la comunidad va al coro para el rezo de vísperas. Finalmente, 9 o 10 de la noche, después de la colación, se reza completas.

Originariamente era una oración que se hacía al pie de la cama, pero con el tiempo esta acción de gracias, junto con algunos salmos, pasaron a recitarse en comunidad; el día finalizaba, pues, con una oración comunitaria, y la bendición del abad que asperjaba a cada monje. Este reparto de horas no se aplica igual en las órdenes religiosas, ni tan siquiera dentro de los monasterios de una misma orden.

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