Hace pocos días se publicó un artículo que decía que, en España, los asuntos pendientes de ser aceptados en los juzgados de familia crecen un 2.300% debido a la huelga de los LAJ. En los juzgados de familia el incremento ha sido de 177 a 4.077 casos pendientes.
Si nos paramos a analizar el porcentaje de asuntos referidos, caeremos en la realidad del altísimo sufrimiento que este tipo de situaciones genera. No son asuntos, son personas, son familias con una historia concreta, con una situación particular y con un sufrimiento único, el de cada uno.
¿Es necesaria la judicialización de tantas causas? Después de una convivencia, de unos hijos , de un decir si quiero, por amor, ¿tan difícil resulta sentarse para ver cómo podemos resolver nuestras diferencias?
En la realidad parece ser que sí, por las heridas que esas situaciones han ido generando en cada persona que acude al juzgado, como única alternativa posible. Éstas y tantas otras cuestiones nos pueden surgir cuando hablamos de procedimientos de familia.
Alternativas al juzgado
El primer servicio de mediación familiar surge en el estado de California en 1939. La mediación familiar aparece como actividad alternativa al procedimiento contencioso en los Tribunales tanto de EEUU como de Canadá en 1970 y poco a poco se fue extendiendo por otros países hasta llegar a nuestros días.
La mediación familiar, forma parte de los denominados ADR (Alternative Dispute Resolution) , entendido en su origen, como un proceso de resolución alternativo de conflictos, fuera de los tribunales o una manera de resolver dificultades en un proceso de separación o divorcio de manera pacífica.
Para ello, el mediador (profesional cualificado) utiliza una serie de técnicas que permiten salir a las partes de sus posiciones enfrentadas para buscar intereses comunes generalmente por y para el bien de los hijos.
Pero también tiene una utilidad preventiva, que adquiere especial significado si esas técnicas o herramientas que permiten la comunicación entre las partes, se aplican de tal manera que evitan que el conflicto estalle y si lo hace, lo haga de manera irremediable.
Por este motivo, el proceso de mediación es un instrumento muy útil para la gestión y prevención de conflictos dentro de lo que se denomina Acompañamiento familiar.
**De ahí que este sistema alternativo de prevención y resolución de conflictos cobre especial relevancia a raíz de la publicación de la Exhortación apostólica Amoris Laetitia, cuando el Papa habla del proceso de acompañamiento a familias en sus diferentes crisis. (AL 244)
Manejar el conflicto
Los que trabajamos en el acompañamiento de familias, somos testigos de cómo esta intervención, realizada a tiempo, evita muchos conflictos y en consecuencia, muchas rupturas y cómo, el habilitar a las familias de herramientas de comunicación, genera relaciones más sólidas y familias más felices.
En qué tipo situaciones familiares se hace posible la intervención de un mediador:
En cualquiera de las etapas o ciclos de la familia y siempre que alguno de los miembros considere que puede ser bueno comunicarse en presencia de una tercera persona que canalice la conversación, para llegar al objetivo marcado entre todos.
Hay que tener en cuenta que en cada una de estas etapas evolutivas de las familias, entran en juego una serie de factores, tanto internos de la persona, como externos, que van a condicionar el trato no sólo con uno mismo, sino con los otros miembros de la familia.
Por este motivo, el mediador familiar deberá disponer de una serie de aptitudes y/o habilidades que permitan, cuando la situación así lo requiera, la intervención profesional con la familia en cuestión.
La figura del mediador
Para ello, necesitará estar formado en habilidades de comunicación, tanto verbal como no verbal, empatía y escucha activa.
También requerirá estar formado en técnicas de negociación y resolución de conflictos, manejo de situaciones conflictivas y habilidades para la adopción de acuerdos. Es conveniente que tenga una sólida formación jurídica y psicológica, a la hora no sólo de trabajar cuestiones relacionadas con la organización familiar, sino que ha de ser capaz de entender los porqués de las acciones o reacciones que llevan a cada uno a actuar de una determinada manera.
Y como diría Baltasar Gracián en su libro, el mediador debe manejar "arte de la prudencia", como virtud que predica Santo Tomás de Aquino.
Para realizar esta intervención qué es necesario:
En primer lugar, conocer cuáles son los principios que rigen un proceso de mediación:
- Voluntariedad
- Buena fe y respeto mutuo.
- Confidencialidad
- Neutralidad
- Imparcialidad
Estos principios rigen, tanto para los que acuden, como para el profesional que interviene.
Buscar el acuerdo
La clave del éxito de un proceso de mediación, es la confianza que se ha de generar entre las partes y el profesional. Éste último, canalizará el proceso para que los participantes sean capaces de salir de sus posiciones y busquen intereses comunes. El mediador no da soluciones, sólo acompaña a través del arte de la pregunta, para que sean los interesados quienes, mirando en su interior, busquen el interés común y generen los mejores acuerdos para su futuro.
La garantía de su eficacia consiste en ese compromiso de cumplimiento de lo pactado, adquirido por las partes, puesto que el mejor acuerdo es aquél que uno alcanza de manera libre, voluntaria, sin coacción, sabiendo que todos ganan, porque hay un objetivo común.
Quizás, si somos capaces de tomar conciencia de lo que tenemos entre manos, menos cuestiones familiares que nos afectan en nuestro día a día se judicializarían, con el consiguiente ahorro en coste económico, temporal y emocional.