El Salmo 138 (137) se canta desde la valentía de un hombre, el rey David, que reconoce la misericordia y la fidelidad del único Dios y su sagrado templo, aunque no se encuentre en él.
Una forma de alabar la santidad del lugar de culto a Dios y al Dios mismo, frente a los ídolos y dioses que nada pueden hacer ante la grandiosidad de Yahvé.
Vida en medio de la angustia
El salmista tiene confianza en que Dios lo llenará de vida en medio de la angustia, de las dificultades.
Podrá atravesar vicisitudes, tener enemigos, pasar por miserias y tristezas, pero cuando la ayuda de su Dios llegue, lo hará con toda fuerza y majestad. ¡Él confía!
David sabe que él es una criatura redimida que pertenece a Yahvé y por eso Él no lo olvidará jamás ni lo dejará desamparado. Su fe en Él es total y por eso no duda en demostrar, con su alabanza, su gozo.
¿Confiamos?
Y nosotros, ¿confiamos con el mismo fervor? Los cristianos también sabemos que somos hijos redimidos de un Padre, creador y todopoderoso que acude siempre, que está siempre, que ama siempre.
Que alabar a Dios Padre con las acciones, con el amor hacia el otro, con el perdón, con la reconciliación, con la fe, sea el canto de alabanza a un Dios no solo creador, sino amoroso y misericordioso, que desconoce el abandono por sus hijos más queridos, que no abandona en el momento de la prueba, sino que acompaña, salva, abraza y es Padre cuando sus hijos más lo necesitan.
Salmo 138(137),1-2a.2bc-3.7c-8
Te doy gracias, Señor, de todo corazón,
te cantaré en presencia de los ángeles.
Me postraré ante tu santo Templo
y daré gracias a tu Nombre,
por tu amor y tu fidelidad.
Me respondiste cada vez que te invoqué
y aumentaste la fuerza de mi alma.
Y tu derecha me salva.
El Señor lo hará todo por mí.
Señor, tu amor es eterno,
¡no abandones la obra de tus manos!
Texto bíblico: Libreria Editrice Vaticana