Desde este contacto con nuestro interior, orar tiene la capacidad de reordenarnos, de unificarnos. En el diálogo constante con lo más íntimo, vamos conociendo a Jesús, restaurando nuestra unidad interior y sanando.
André Louf, en su libro A merced de su gracia (Narcea, 1992) nos dice que mientras repetimos el nombre de Jesús aprendemos nuestro propio nombre, el nombre que solo Él conoce y que continuamente trata de enseñarnos. Mientras tratamos de reconocer los rasgos de su rostro, reconocemos los del nuestro.
Para orar desde el interior reconocemos 3 claves:
1. Vivir en contacto con nuestra interioridad
Cuando encontramos a la oración en nuestro ser más profundo, nos familiarizamos con nuestra interioridad y podemos estar allí.
Antes buscábamos a Dios fuera de nosotros, pero ahora nos damos cuenta de que Él está dentro, que es más íntimo que nosotros mismos, como decía san Agustín.
Jesús viene a nosotros desde el interior hacia el exterior y es adentro donde debemos aprender a encontrarlo. Poco a poco en ese contacto con nuestra interioridad, iremos notando que, además de que es el núcleo de nuestro ser, es como una fuente que permite reunificar nuestro ser. Una fuente de fuerza, de luz y de vida.
Nuestras facultades empiezan a funcionar bien en la medida en que estén en contacto con nuestra interioridad, con nuestra identidad más profunda.
2. Solo se ama lo que se conoce
Poco a poco, en la oración, vamos uniendo nuestra inteligencia al corazón. Lograr una inteligencia espiritual, que consiste en unir nuestras intuiciones con nuestros afectos, de este modo creamos una paz profunda que une todo nuestro ser.
En la oración no desaparece nada de lo que somos, por el contrario, se potencia. Cuando nuestra inteligencia se une a nuestro corazón —en donde se encuentra el Espíritu— se experimenta apoyada y fuerte, fecundada por el amor.
El amor se hace inseparable del conocimiento y el conocimiento del amor. El amor se convierte en fuente de conocimiento, no porque sustituya al entendimiento, sino porque abraza al entendimiento desde el interior.
3. La libertad de espíritu
La verdadera libertad es el reflejo del amor en el hombre. Cuando nuestra oración es la constante toma de conciencia del amor de Dios por nosotros, está muy cerca nuestra libertad.
Obrar desde el interior es una muestra de que nuestra oración está ordenando y unificando nuestras facultades hasta convertirlas en una sola con lo que llevamos dentro.
Actuar solo por deber agota nuestro interior, por el contrario, quien ha recibido la gracia de estar a la escucha de su interioridad se hace sensible al Espíritu Santo en él, ese Espíritu que nos empuja a actuar, obrando como una intuición dentro de nosotros.
El que está unido al Espíritu no busca lo correcto, busca lo que Dios le pide en cada momento. Lo que san Agustín llama hacerlo el «Maestro interior».
«Y en cuanto a vosotros, la unción que de Él habéis recibido permanece en vosotros y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas —y es verdadera y no mentirosa— según os enseñó, permaneced en Él”.