«Esta noche dormimos en la cima de esa montaña» es una frase que me han repetido en muchas ocasiones durante los campamentos veraniegos a los que asistía en la adolescencia.
Cada día doy más importancia a una frase que, aunque en su día no parecía significativa, salvo por la información que daba, estaba en realidad cargada de una serie de valores y experiencias que me han sido imprescindibles en años posteriores.
Hoy pienso en todos los niños que por vacaciones se van de campamento con sus amigos, parroquias, escuelas y en cómo se les puede enseñar a valorar la vida.
A través de la naturaleza se nos da la posibilidad de educar en la sencillez; y en la magnificencia de la montaña, en la calma, el asombro, el sosiego y la fuerza del paisaje que nos rodea.
Los jóvenes, en muchos casos, han pasado a consumir imágenes de paisajes bonitos como quien colecciona diplomas de «yo estuve aquí», pero en realidad viven ajenos a todas las virtudes que el mundo natural puede transmitir.
...y subiremos solo con nuestro saco y una mini mochila
«Esta noche dormiremos en la cima de esa montaña y subiremos solo con nuestro saco y una mini mochila». Ahora bien, ante este panorama, es fundamental desprenderse de lo innecesario y agradecer por lo esencial. Y lo más emocionante de todo es que estos pasos harán que, al llegar a la cima, seamos más felices. Para subir a la cumbre, solo hace falta lo imprescindible y es ahí cuando te sientes más agradecido por todo lo que te rodea.
Siempre recordaré la cara de mi amiga Nuria en unos de esos campamentos, celebrando con una botella de agua en la mano que, a pesar de los esfuerzos, dolores y sacrificios, había llegado a la cima. ¿Y había merecido la pena? ¡Ya lo creo! Pero lo más importante no es haber coronado un tres mil o haber batido el récord de metros por hora. Algo muy importante es lo poco que nos hace falta para ser felices: todo lo material cabe un una insignificante mochila en comparación con el esplendor de la cima. Y es que no hay nada más reconfortante que el hecho de haber conseguido algo por tenacidad, esfuerzo y habérselo ofrecido a Dios.
El tesón y fortaleza para llegar a la cumbre te capacitan para hacerte dueño de ti mismo, ponen en orden tus gustos o deseos y te empujan a aspirar al bien mejor. Aquí es cuando entra en juego el sacrificio y todas las gracias que éste derrama.
«Esta noche dormimos en la cima de esa montaña». A través de las montañas, al ritmo de sus pisadas, el joven constante y exigente forja sin saberlo aquellos puntos de referencia que le harán recordar siempre cómo se llega al camino seguro.
Como decía San Juan Pablo II: «Es necesario subir [a la montaña] para recoger la invitación a hacer de la propia vida una continua ascensión hacia las metas sublimes de las virtudes humanas y cristianas. La montaña, en particular, no solo constituye un magnífico escenario para contemplar, sino también una escuela de vida. En ella se aprende a esforzarse por alcanzar una meta, a ayudarse recíprocamente en los momentos difíciles, a gustar juntos el silencio y a reconocer la propia pequeñez en un ambiente majestuoso y solemne» (Ángelus, 11 de julio de 1999, Valle de Aosta).
Está claro que existe una analogía entre la experiencia de caminar por la montaña y la experiencia de búsqueda de verdad y crecimiento espiritual.
«Esta noche dormimos en la cima de esa montaña» y no basta solo con querer llegar: hay que aprender a hacerlo. Cada uno tiene su camino personal para llegar a lo alto. Pero todos necesitamos de una compañía que nos ayude y sostenga mientras caminamos. El camino al Cielo también se puede vislumbrar entre las montañas, al son de cada pisada.