A veces ocurre que la actitud de Santo Tomás nos contagia: si no veo y toco, no creeré (Jn 20, 24), y se nos olvida que más allá de este mundo, existe también lo invisible; es decir, la parte espiritual que, del mismo modo, es creación de Dios.
Por eso, el Catecismo de la Iglesia católica nos enseña que «el símbolo de los apóstoles profesa que Dios es "el creador del cielo y de la tierra", y el símbolo Niceno-Constantinopolitano explicita: "...de todo lo visible y lo invisible"» (CEC 325).
Ángeles y demonios
La enseñanza de esta realidad no es opcional para el cristino, ya que el Catecismo continúa diciendo que «la existencia de seres espirituales, no corporales, que la sagrada Escritura llama habitualmente ángeles, es una verdad de fe. El testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la tradición» (CEC 328).
Cuando se trata de una verdad de fe, quiere decir que cuenta con el respaldo de la autoridad que Cristo confirió a su Iglesia y que se ha profundizado tanto en ella, que no cabe ninguna duda de su veracidad, y por eso estamos obligados a creerla.
Como prueba de ello, la Sagrada Escritura menciona en repetidas veces la actuación, tanto de ángeles como de demonios; una verdad que actualmente muchos se empeñan en negar y rebatir.
Cielo, infierno y purgatorio
Además de lo anterior, la realidad invisible se extiende también a la existencia del purgatorio, en el que las almas de los que murieron sin estar perfectamente purificados van a «obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo» (CEC 1030).
Y por supuesto, se refiere también al cielo, donde van los justos que murieron en la paz y la amistad de Dios, y al infierno, cuya existencia a muchos les desagrada, y que, a pesar de ellos, está para los que mueren en pecado mortal.
Por eso, es necesario que estudiemos las fuentes de la fe católica: la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, para entender el fondo de lo que creemos, porque en el conocimiento de estas verdades puede ir nuestra salvación.