Quien tiene niños pequeños cerca, ya sea hijos, sobrinos, alumnos o vecinos, no dejará de notar que son una maravilla, pues cada día, conforme van creciendo, miran sorprendidos la cosas que los rodean, por simples que a los adultos les parezca, pudiendo ser la puesta del sol, el brillo de la luna, el agua que moja sus pies, los animales que ven por vez primera, el sonido de un grillo nocturno o el dulce sabor de una fruta.
Y resulta una bellísima experiencia contemplarlos, absortos ante la novedad que es para ellos lo desconocido, porque aunque no sepan que ha salido de las manos de Dios, lo intuyen, como el embelesado autor del Salmo 8: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre para que pienses en él, el ser humano para que lo cuides? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor».
Una preciosa historia nos confirma en el valor de esta cualidad:
El asombrado
En la región de Provenza (Francia), entre las estatuas del nacimiento se nota un pastor un tanto raro; tiene sus manos vacías y el rostro lleno de asombro. Por esto la gente lo llama: «El Asombrado». Cuentan que en la primera Nochebuena los demás pastores de Belén se disgustaron con él, porque no le llevaban ningún regalo al Niño Dios, y le dijeron:
- ¿Qué no te da pena? ¿Quieres ver al Niño Dios y no le regalas nada?
«El asombrado» no les hacía caso, solo miraba y miraba embelesado al niño Dios.
Como los demás pastores seguían molestándolo, la Virgen María tomó su defensa y les dijo:
- No es cierto que «El asombrado» haya llegado aquí con las manos vacías; él le trae al Niño Dios el regalo más valioso: es su asombro por el increíble amor de Dios que lo tiene abismado.
Y la Virgen María concluyó: El mundo seguirá siendo maravilloso mientras haya personas que sean capaces, al igual que este pastor, de asombrarse (R. Voillaume, del libro Cuéntame un ejemplo, Ed. Buena Prensa).