Sufrir es parte inherente de la naturaleza humana, desde que nacemos lloramos porque nos enfrentamos al mundo frío, después de dejar la seguridad del vientre materno; luego, cuando aprendemos a caminar, sufrimos caídas; las enfermedades en los primeros años también están a la orden del día. Más adelante, sufrimos las primeras separaciones de nuestro hogar y familia cuando ingresamos a la escuela.
Luego vienen las primeras amistades, los primeros amores y todas las emociones que experimentamos por vez primera, que en muchas ocasiones nos dejan huellas imborrables porque van acompañadas de desilusión, enojo o miedo. Total, que todas las emociones, sentimientos y vivencias que experimentamos en la vida van formando nuestro carácter.
Y es aquí donde viene en asunto crucial: las heridas emocionales que van marcando nuestra historia. ¿Qué producimos a causa de ellas?
El sufrimiento produce perlas
Ángel Espinosa de los Monteros, sacerdote Legionario de Cristo y reconocido conferencista especializado en temas de familia y matrimonio, tiene una charla en sus redes sociales que ha servido de inspiración a quienes lo han escuchado porque habla sobre lo que producen las heridas emocionales y qué respuesta deben generar en la persona que las sufre.
El padre Ángel pone un ejemplo comentando cómo se forman las perlas, y explica el proceso: una ostra se abre bajo el agua, le entra un grano de arena o alguna basura que produce una infección; la ostra la combate envolviéndola en nácar; entre más grande la infección, más grande la perla. En conclusión: la perla es una infección cicatrizada.
¿Cuál es la enseñanza?
En seguida viene la reflexión: cuando alguien nos ataca, nos ofende o nos hiere, ¿qué producimos? odio, impaciencia, rencor, deseo de venganza, hablar mal de la persona o dejarles de hablar, sin importar que sea el esposo o esposa, hijos, hermanos o amigos. Pero, ¿sabes lo que produce un molusco cuando lo atacan? Una perla.
María Santísima confió en Dios cuando le envió al Arcángel Gabriel a anunciarle que sería la madre de Jesús; Él nunca le prometió que no sufriría, porque estaba unida a Cristo en todas las formas posibles; ella lo acompañó hasta el Calvario y fue testigo de todos los insultos y profundas heridas que le infligieron y sin embargo, no renegó contra Dios ni insultó a los agresores de su Hijo. Su silencio fue siempre una gran perla de enorme valor.
Jesús produjo perlas en el Calvario: ante el ladrón que le pedía que lo salvara, la perla del silencio; ante el buen ladrón que le dijo que se acordara de él en su reino, la perla de la promesa de la gloria; ante los que lo crucificaron, pidió a su Padre «perdónalos porque no saben lo que hacen», la perla del perdón.
Produjeron perdón, paciencia, amor. ¿Qué esperaban ellos de todo este sufrimiento? La resurrección, el triunfo de Cristo sobre la muerte, la liberación de todos los justos que no podían entrar en la gloria y ahora lo hacían, el perdón de todos los pecados del mundo por la muerte de la Víctima perfecta.
La recompensa será grande
No podemos sustraernos al dolor, pero estemos seguros de que Dios está obrando en nosotros cuando «encapsulamos» el odio y los sentimientos negativos para producir amor. Al final, cuando nos encontremos con Dios después de terminar nuestra peregrinación en este «valle de lágrimas», nos daremos cuenta de que producir perlas habrá valido la pena.