El ser humano es efímero: nace, crece, se reproduce, envejece y muere. La Sagrada Escritura dice que «nuestra vida dura apenas setenta años, y ochenta, si tenemos más vigor: en su mayor parte son fatiga y miseria, porque pasan pronto, y nosotros nos vamos» (Salmo 90, 10).
La frase del salmo: «pasan pronto» debería hacernos reflexionar sobre lo que estamos haciendo para aprovechar el tiempo, porque la vida actual se presta para dedicarnos a ver el teléfono móvil y embebernos en él, olvidando la realidad y a quienes la componen.
Por lo mismo, es importante entender que el tiempo que Dios nos regala diariamente, debe ser bien aprovechado, sobre todo porque es lo único que no se recupera. No podemos volver el tiempo atrás para hacer lo que nunca hicimos. No podemos regresar para evitar las ofensas conferidas a nuestros familiares y amigos, o para evitar el mal hecho. Ni siquiera para hacer el bien, porque ese momento ya no existe.
El tiempo es de Dios
El Eclesiastés dice que «Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin» (Eclesiastés 3,11).
El Señor es el Dueño del tiempo, por eso Jesús se esmera en enviar a todos a anunciar que el Reino está cerca; apremia a todos los que encuentra a su paso para que se conviertan y dejen atrás su vida de pecado; les dice en la parábola del que piensa en guardar riquezas para comer y pasarla bien, que por la noche morirá. El tiempo es de Dios y pronto podríamos ser llamados, porque «nadie sabe el día ni la hora» (Mt 24, 36).
Por eso, san Pablo exhorta: «Así que tengan cuidado de su manera de vivir. No vivan como necios, sino como sabios, aprovechando al máximo el momento presente, porque los tiempos son malos» (Efesios 5,15-16).
¿Cómo aprovechas tu tiempo?
Claro que tenemos derecho al descanso, la persona que sabe administrar sus horarios entiende que hay momento para todo, la misma Biblia lo dice, pero es necesario descartar las actividades que nos distraen de lo que verdaderamente importa para dar paso a lo que Dios quiere de nosotros, y sacar el máximo provecho de los días que tenemos para alcanzar el cielo, a través de nuestras acciones en favor de nuestros hermanos, especialmente, de los que viven con nosotros.
Vuelve san Pablo a decirnos: «Pues Dios nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestras propias obras, sino por su propia determinación y gracia. Nos concedió este favor en Cristo Jesús antes del comienzo del tiempo» (2 Timoteo 1,9).
Seamos más conscientes de que lo que hagamos en esta vida, y por lo tanto, con el tiempo de Dios, nos será tomado en cuenta para la eternidad.