Oviedo, capital de Asturias y punto de partida del camino primitivo a Santiago de Compostela, alberga una reliquia que nos sumergen en el corazón de la pasión de Cristo. Para los amantes de esta peregrinación, que comenzó en el siglo IX, la visita a la catedral es obligada antes de partir hacia Santiago. Menos conocido y publicitado que el de Turín, el sudario de Oviedo es aquí objeto de veneración constante desde hace siglos.
Se expone tres veces al año: el 14 de septiembre, el 21 de septiembre y el Viernes Santo. Esta antigua tela de lino mide 86×53 cm; ha sido empapada en sangre, y la mancha principal muestra la ubicación de la nariz, la boca y la frente del hombre cuya cabeza cubría (en un doble simétrico a lo largo de un pliegue del tejido).
Cómo llegó a Oviedo
Probablemente, el sudario se conservó en Jerusalén con gran cuidado y discreción durante los primeros siglos del cristianismo. En 614, la invasión persa impulsó a los cristianos a ponerlo a salvo. Tras una breve estancia en Alejandría, la reliquia, oculta en un cofre, fue llevada a la costa sur de España, a Cartagena, entonces una importante diócesis del Imperio de Oriente. Pronto fue depositada en Sevilla, durante el reinado del célebre San Isidoro.
A la muerte de este, la reliquia fue trasladada a Toledo, cuyo obispo era discípulo de Isidoro. En 711, los árabes musulmanes invadieron la Península Ibérica. La reliquia tuvo que ser escondida de nuevo, y se refugió en las montañas del Reino de Asturias, en Monsacro. Aún hoy, dos capillas mantienen vivo el recuerdo de su paso.
El sudario fue trasladado a Oviedo cuando se fundó la ciudad, o durante el reinado de Alfonso II (791-842). El soberano mandó construir la Cámara Santa, una capilla en la catedral destinada a albergar una serie de reliquias, cuya lista elaboró Alfonso VI dos siglos más tarde. La arqueta que hoy alberga el sudario data del siglo XII.
Pruebas coherentes con el relato evangélico
Los análisis realizados sobre la tela por el equipo del Centro Español de Sindonología (CES), sintetizados por Janice Benett en 2018, confirman la presencia de pólenes típicos de Palestina y del sur de Oriente Próximo, con punto de encuentro en Jerusalén.
Las pruebas concuerdan con el relato de los Evangelios: el sudario cubría el rostro de un hombre barbudo con el pelo largo atado detrás de la cabeza, que había sido torturado y ya estaba muerto cuando se utilizó el sudario.
Las manchas de sangre tienen un aspecto deslavado que puede explicarse por la presencia de un líquido parecido al agua, resultado de un edema pulmonar. Esto se debe a una muerte por asfixia lenta, como la que se produce al estar de pie sobre una cruz.
También hay heridas punzantes en la cabeza, causadas por pinchos como espinas, que sangraron cuando la persona aún estaba viva. Además, la nariz está ligeramente desviada e hinchada, señal inequívoca de que se la han roto. Por último, se encontraron importantes restos de polvo y suciedad alrededor de las fosas nasales, señal probable de una caída.
Al llevar la barra horizontal de la cruz, los condenados podrían haber tenido las manos atadas a ella y, por tanto, no podrían agarrarse si se caían. El análisis comparativo con la Sábana Santa de Turín revela que la sangre presente en ambos paños es del mismo grupo AB, lo que es relativamente raro en la población mundial (en torno al 5%).
Hay setenta puntos de coincidencia (tamaño de la nariz, forma de las manchas de sangre, etc.), lo que demuestra con toda probabilidad que se utilizaron para la misma persona, pero en momentos diferentes.
El viaje de fe del peregrino
Los estudios forenses han permitido remontar el curso de los acontecimientos tras la muerte del crucificado. En la cruz y durante el descendimiento de la cruz, las manchas revelan que su cabeza estaba inclinada hacia delante y sobre su brazo derecho. También podemos distinguir el rastro de una mano que intenta contener el flujo de sangre de las fosas nasales y la boca del crucificado.
A continuación, la tela, formando una especie de capucha, rodeaba completamente la cabeza después de que el cuerpo hubiera sido colocado horizontalmente y los brazos doblados hacia abajo. Si se examina el sudario bajo una luz rasante, se observan pliegues en una esquina: era el punto en el que se cerraba con un nudo.
De este modo, el poder de la tradición oral se une a la pericia científica, ofreciendo un resumen silencioso de cómo pudieron ser las últimas horas de la vida y el entierro de Cristo. Pero lo que realmente importa es la fe del peregrino. Como dijo Benedicto XVI del sudario de Turín, los rastros de sangre en estas reliquias hablarán siempre de "amor y vida (…). Es como un manantial que susurra en el silencio, y podemos oírlo, podemos escucharlo".