Un afán de tener más corrompe el espíritu, pues empaña la visión del alma y le impide ver las necesidades de los demás. El libro del Eclesiastés dice:
"El que ama el dinero nunca tiene lo suficiente: ¿por qué, entonces, perseguir una satisfacción que nunca llegará? Esto no tiene sentido" (Ecl 5, 9).
Obtener bienes materiales no es pecado, nuestro Señor Jesucristo nunca dijo que estuviera mal que existieran los ricos. Para Él, el problema estaba en que la riqueza se puede convertir en el centro de la vida del que la tiene o la procura, olvidándose de Dios y de su prójimo. Por eso, caer en esta tentación acarrea muchos males, el mismo Señor Jesús habló de este vicio:
"Miren, y guárdense de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee" (Lc 12, 19, 15).
El amor al dinero es la raíz de todos los males
Tener bienes es un sueño para mucha gente en la actualidad. Lamentablemente, existe un alto índice de pobreza en el mundo, y aunque no es una regla general, puede suceder que, cuando a esas personas les empieza a ir bien, desean tener cada vez más. Aunque también ocurre a quienes nacieron ricos.
San Pablo exhorta en la Primera carta de Timoteo (6, 7-11) de la siguiente manera:
"Pues al llegar al mundo no trajimos nada, y al dejarlo tampoco nos llevaremos nada. Conformémonos entonces con tener alimento y ropa. Los que quieren ser ricos caen en tentaciones y trampas; un montón de ambiciones locas y dañinas los hunden en la ruina hasta perderlos. Debes saber que la raíz de todos los males es el amor al dinero. Algunos, arrastrados por él, se extraviaron lejos de la fe y se han torturado a sí mismos con un sinnúmero de tormentos. Pero tú, hombre de Dios, huye de todo eso. Procura ser religioso y justo. Vive con fe y amor, constancia y bondad".
Ser generosos es un acto de justicia
Es verdad que cada quien tiene lo que ha ganado con su trabajo y esfuerzo, por lo menos así debe ser. Pero no debemos olvidar que la providencia divina se encarga de darnos lo que necesitamos para vivir. Y también es cierto que solo somos administradores de los bienes que Dios nos da. Eso nos debe hacer reflexionar sobre el destino de lo que tenemos de más: le pertenece a la gente menos favorecida.
Por ello, es un acto de justicia que compartamos nuestros bienes con aquellos más necesitados, porque si en nuestra casa sobra, seguro le está haciendo falta a alguien más. Seamos generosos y compartamos nuestra riqueza, sea mucha o poca, para alejarnos de la avaricia que nos puede llevar a la perdición.