Hartos de estar hartos ante la inacción humanitaria del Instituto Nacional de Migración (INM), los dos mil 500 hombres, mujeres y niños que formaban parte de la segunda caravana y viacrucis migrante del año, decidieron abandonar el pasado 25 de marzo la ciudad de Tapachula (Chiapas), en la frontera con Guatemala, para caminar hasta Ciudad de México, y de ahí buscar llegar a la frontera con Estados Unidos y entrar en el país del norte.
Caminan lentamente. En estos días se encuentran en el sureño Estado de Oaxaca y se han enfrentado, con palos y piedras, a un operativo de la Guardia Nacional para detenerlos. Lograron romper el cerco de la fuerza pública, pero pronto enfrentarán otros de los muchos peligros que acechan a estos migrantes –la mayor parte proveniente de Centroamérica—que huyen de la pobreza, la violencia y la falta de oportunidades educativas, laborales y de salud.
Se van quedando los débiles
Como salieron de Tapachula en plena Semana Santa, el contingente de extranjeros, entre los que caminan salvadoreños, hondureños, nicaragüenses, venezolanos, haitianos y un largo mosaico de nacionalidades, lleva una cruz como signo del calvario por el que tienen que pasar de camino por México. Algunos vienen desde América del Sur, salvando el temible “Tapón de Darién” y mil otras peripecias. Por ello mismo se trata de un Viacrucis, una vía de dolor para encontrar una vida digna en Estados Unidos.
A casi un mes después de haber iniciado en el sur de México, mientras los más débiles, sobre todo mujeres con niños pequeños, se van quedando, otros migrantes varados en el país se les han ido uniendo de tal suerte que la columna que se mueve contra viento y marea no baja de dos mil seres humanos que duermen a la intemperie, se alimentan de lo que pueden y sufren el asedio tanto de las autoridades mexicanas como de las bandas criminales. Solo los salva el apoyo de la gente y de la Iglesia en los albergues que tiene a lo largo del camino.
¡Déjenos pasar!
La petición de los integrantes de la caravana y viacrucis migrante es que los dejen llegar a la Ciudad de México y de ahí cada quien decidirá si se queda en México o si continúa su periplo hacia Estados Unidos. La mayor parte de ellos decide seguir adelante, sin embargo son cada día más los que deciden probar fortuna en México, aunque no siempre tienen a las autoridades migratorias a su favor. Es usual ver en las calles de las grandes ciudades mexicanas haitianos, colombianos, venezolanos y hondureños pidiendo limosna.
En un mes apenas han avanzado poco más de 400 kilómetros y les quedarían más de mil kilómetros si quisieran llegar a la frontera con Estados Unidos. Las detenciones de migrantes indocumentados también han aumentado en territorio mexicano. Un acuerdo para frenar los flujos entre Estados Unidos y México ha hecho que este país se convierta en una verdadera aduana, con la Guardia Nacional y el INM al acecho, pero no han logrado frenar la llegada incesante de migrantes a la frontera.
El mayor beneficiario: el crimen organizado
Los migrantes "tienen que caminar en el sol o en la lluvia kilómetros y kilómetros aguantando hambre. ¿Quién soporta eso?", expresó el párroco Heyman Vázquez Medina, miembro de la Pastoral de Movilidad Humana de la Iglesia católica, quien los ha acompañado durante parte del trayecto.
En una entrevista con medios locales, el padre Vázquez Medina consideró que la política migratoria de México no ha sido clara porque “no resuelve los trámites de regularización e impide a los migrantes abordar el transporte público para avanzar hacia el norte, pero los deja caminar por las carreteras donde los detienen para deportarlos”.
Otro activista a favor de los derechos de los migrantes, Luis García Villagrán, del Centro de Dignificación Humana AC de Tapachula, dio en el clavo en sus señalamientos en contra de las autoridades mexicanas:
“Quieren detener (el gobierno) estos flujos masivos y ellos no los han podido controlar: el único beneficiado en estos nudos humanos es el crimen organizado”.
Y es verdad: dejar a los migrantes a su suerte, sin visas humanitarias, sin protección, los hace presa fácil de narcotraficantes, tratantes de personas, violadores y extorsionadores de todo tipo que, por desgracia, pululan en México.