¿Ardes en deseos de recibir el Espíritu Santo y no sabes cómo pedirlo para que por fin venga a ti y te renueve? ¿Quieres que la Iglesia sea transformada con su fuerza, como en sus inicios y en tantos momentos en los que parecía corrompida del todo y renació de sus cenizas?
Acude a las antiguas oraciones con las que lo ha invocado el cuerpo de Cristo. Llámale como lo hicieron los santos, con su fe, con su anhelo, con sus palabras:
1 “Nunc copei!”
Esta oración de llamada al Espíritu Santo es del fundador del Opus Dei, san Josemaría Escrivá de Balaguer, y pide al Espíritu la transformación ahora, no mañana:
¡Ven, oh Santo Espíritu!
ilumina mi entendimiento, para conocer tus mandatos:
fortalece mi corazón contra las insidias del enemigo:
inflama mi voluntad…
He oído tu voz, y no quiero endurecerme y resistir, diciendo: después…, mañana.
Nunc coepi! ¡Ahora!, no vaya a ser que el mañana me falte.
¡Oh, Espíritu de verdad y de sabiduría,
Espíritu de entendimiento y de consejo,
Espíritu de gozo y de paz!
Quiero lo que quieras, quiero porque quieres, quiero como quieras, quiero cuando quieras…
2Oración atribuida a san Agustín
Esta sencilla oración atribuida al Doctor de la Iglesia converso, san Agustín de Hipona, es una petición para que el Espíritu acuda al propio interior y lo haga santo:
Respira en mí,
oh, Espíritu Santo,
para que mis pensamientos
puedan ser todos santos.
Actúa en mí,
oh, Espíritu Santo,
para que mi trabajo también
pueda ser santo.
Atrae mi corazón,
oh, Espíritu Santo,
para que solo ame
lo que es santo.
Fortaléceme,
oh, Espíritu Santo,
para que defienda
todo lo que es santo.
Guárdame pues,
oh, Espíritu Santo,
para que yo siempre
pueda ser santo.
3¿Quién eres tú?
Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, escribió esta oración al Espíritu Santo. Está Fechada el 18 de mayo de 1937, fiesta de Pentecostés en cuya vigilia recibió el sacramento de la Confirmación su hermana Rosa:
¿Quién eres tú, dulce luz que me llenas e iluminas la oscuridad de mi corazón?
Tú, más cercano a mí que yo misma y más íntimo que mi intimidad,
y aún inalcanzable e incomprensible, y que todo nombre haces renacer:
Espíritu Santo, ¡Amor Eterno!
Espíritu Santo, ¿Quién eres tú, dulce luz que me llenas
e iluminas la oscuridad de mi corazón?
Me conduces igual que una mano materna y si me dejas libre,
no sabría dar ni un paso.
Tú eres el espacio que envuelve todo mi ser y lo encierra en sí,
abandonado de ti cae en el abismo de la nada, donde tú lo elevas al Ser. Tú, más cercano a mí que yo misma y más íntimo que mi intimidad,
y aún inalcanzable e incomprensible, sorprendes a todos los nombres:
Espíritu Santo, ¡Amor Eterno!
¿No eres tú el dulce maná que del corazón del Hijo en el mío fluye,
alimento de los ángeles y de los santos? Él, que se elevó de la muerte a una nueva vida,
Él me ha despertado también a mí del sueño de la muerte a una nueva vida
Y nueva vida me da, día tras día
Y un día su abundancia me sumergirá vida de tu vida, sí, Tú mismo:
Espíritu Santo, ¡Vida Eterna! ¿Eres tú el rayo que desde el Trono del Juez eterno cae
e irrumpe en la noche del alma, que nunca se ha conocido a sí misma?
Misericordioso e inexorable penetra en lo escondido de las llagas.
Se asusta al verse a sí misma, concede lugar al santo temor, principio de toda sabiduría que viene de lo alto, y en lo Alto con firmeza nos ancla: tu obra, que nos hace nuevos, Espíritu Santo, ¡Rayo impenetrable! ¿Eres tú la plenitud del espíritu y de la fuerza con la que el Cordero rompe el sello del eterno secreto de Dios?
Impulsados por ti los mensajeros del juez cabalgan por el mundo y con espada afilada separan el reino de la luz del reino de las tinieblas. Entonces surgirá un nuevo cielo y una nueva tierra, y todo vuelve a su justo lugar gracias a tu aliento: Espíritu Santo, ¡Fuerza triunfadora! ¿Eres tú el maestro constructor de la catedral eterna que se eleva desde la tierra hasta el cielo?
Por ti se sostienen las columnas que hacia lo alto se levantan y permanecen increíblemente fijas. Selladas con el nombre eterno de Dios se elevan hacia la luz sosteniendo la cúpula,
que cubre cual corona la santa catedral, tu obra transformadora del mundo,
Espíritu Santo, ¡Mano creadora de Dios! ¿Eres tú quien creó el claro espejo,
cercanísimo al trono altísimo, como un mar de cristal en donde la divinidad se contempla con amor?
Tú te inclinas ante la obra más bella de la creación, y resplandeciente te ilumina con tu mismo esplendor, y la pura belleza de todos los seres, unida en la amorosa figura de la Virgen, tu esposa sin mancha: Espíritu Santo, ¡Creador del Universo!
¿Eres tú el dulce canto del amor y del santo temor, que eternamente suena en torno al trono de la Trinidad, y desposa consigo los sonidos puros de todos los seres?
La armonía que aúna los miembros con la Cabeza, donde cada uno encuentra feliz el sentido secreto de su ser, y jubilante irradia libremente desprendido en tu fluir:
Espíritu Santo, ¡Júbilo Eterno!