"Parece que la ciencia actual, retrocediendo de repente millones de siglos, ha logrado asistir a este "Fiat lux" primordial, cuando un mar de luz y de radiaciones irrumpió de la nada con la materia, mientras las partículas de los elementos químicos se descomponían y se reunían en millones de galaxias".
El 22 de noviembre de 1951, ante los miembros de la Academia Pontificia de las Ciencias, Pío XII propuso una analogía entre el "Big Bang" -hipótesis formulada un cuarto de siglo antes, en 1927- y el comienzo descrito en las primeras líneas del Génesis. Su discurso sigue siendo tan memorable como controvertido.
Uno de sus oponentes, el famoso astrofísico y sacerdote Georges Lemaître, solicitó una audiencia privada para denunciar al jefe de la Iglesia católica. Para el científico jesuita, no se trataba de que su teoría del Big Bang confirmara la Biblia, ya que la teología y la ciencia representan dos campos muy distintos, dos planos paralelos que no se cruzan ni tienen el mismo objeto.
"Un eminente promotor de la paz y de la ciencia"
Posteriormente, Pío XII parece haber tenido en cuenta este intercambio. Unos meses más tarde, se dirigió a los participantes en el Congreso Mundial de Astronomía, en el Palacio Pontificio de Castel Gandolfo, el 7 de septiembre de 1952. Su discurso ya no se basaba en un "concordismo" según el cual las verdades científicas estaban ocultas en las Escrituras. Sin esperar ninguna "prueba científica" de la existencia de Dios, panegirizó el espíritu humano, que "ha logrado apoderarse del inmenso universo, superando todas las perspectivas que el débil poder de los sentidos era, a primera vista, capaz de prometer".
Aunque el nombre de Pío XII se asocia a menudo con la Segunda Guerra Mundial, Eugenio Pacelli también dejó su huella en el Observatorio de Castel Gandolfo, en la región de Castelli Romani, al sur de Roma. Una placa de mármol recuerda a Pío XII como "eminente promotor de la paz y de la ciencia".
El monumento recuerda que en 1942, en el tercer año de su pontificado, ordenó que el astrógrafo del "mapa de los cielos" -con el que el Vaticano había contribuido a registrar y cartografiar las posiciones de millones de estrellas, junto con observatorios de todo el mundo- fuera trasladado de la Torre Leonina del Vaticano a la colina del Lacio, y que se construyera allí otra torre "lo más adecuada posible para la observación astronómica". La inscripción en latín reza: "Una obra de paz en un momento en que la guerra hacía estragos en todo el mundo".