Grandes ojos negros, sonrisa franca y luminosa. Marine Beauté, que así se llama, tiene cara de alegría. "Conmigo, es todo o nada", advierte, con un brillo travieso en los ojos. Un carácter fuerte unido a una voluntad de hierro: Marine sabe lo que quiere, de dónde viene y adónde va. Su historia es atípica. Como casi medio millón de franceses, Marine es hija de sordomudos. Ella y su hermano Jeremy, tres años mayor que ella, son oyentes. A sus 25 años, la joven dice que tiene suerte de haber crecido en "dos mundos, el de los sordos y el de los oyentes".
"Mi lengua materna es el lenguaje de signos. Antes de empezar la escuela, no hablaba nada. Tener padres discapacitados da forma a una personalidad única. Cuando eres hijo de padres sordos, te pareces un poco a los padres de tus padres", confiesa la joven. Creces más rápido que una persona normal y siempre he sentido que no tenía derecho a cometer errores", confiesa.
Esta vida cotidiana en una familia extraordinaria también está salpicada de dificultades. Cuando solo tenía cuatro años, sus padres se separaron. Marine creció en una tribu de Toulon, donde la criaron sus abuelos, su madre, su padrastro y sus tíos.
A pesar de la ausencia de su padre, que la hacía sufrir, la niña creció en una familia feliz y unida. De vez en cuando, ella y su hermano iban a misa los domingos con su abuela. El resto de la familia no es católica. "Nos reíamos un poco de Dios", confiesa. "Yo me quedaba más al fondo de la iglesia, jugando con mi consola".
Encuentro con Cristo
Luego, llegó la adolescencia, con su cuota de preguntas, transformaciones y tensiones. "Solo pensaba en salir de fiesta, dejé de trabajar en el colegio y estaba enemistada con la Iglesia: no me interesaba", cuenta Marine.
Por casualidad, la joven acudió a la capellanía del colegio a la que acudían varias de sus amigas. "El sacerdote me propuso participar en un festival para jóvenes cristianos, y me dijo que también estaba abierto a los no católicos. Lo único que no era negociable era que tenía que aceptar hacer 30 minutos de adoración la última noche", cuenta Marine.
"El último día, con un amigo no creyente que había traído conmigo, negociamos no tener que ir. Y al final cedimos". La adolescente solo debía pasar 30 minutos en adoración, pero cuando llegó al Santísimo Sacramento, fue amor a primera vista. "Me pasé cuatro horas contemplándolo en silencio"
Marine pensaba que era un sueño, le costó creerlo: ¿se había encontrado realmente con Cristo? Demasiado bueno para ser verdad, pensó. "Al día siguiente, hablé con Dios por primera vez: 'Estoy dispuesta a creer en ti, pero para ello tendrás que darme una señal clara antes de cinco minutos'. Unos instantes después, mi amiga recibió un mensaje de su madre: 'Nunca te lo he dicho, pero te quiero'. Ambas habían estado enfrentadas durante años. Ésa fue mi señal; me lo tomé muy a pecho, como si el buen Dios me dijera: 'Te quiero, y si no te lo he dicho antes, quizá sea porque nunca me lo has pedido'".
Dar gracias a pesar de las pruebas
"Aquella experiencia fue el punto de inflexión en mi vida, y cada vez que hablo de ella se me saltan las lágrimas", ríe, emocionada. Tenía 15 años y su vida cambió. "Desde entonces, Dios siempre ha estado ahí, en las alegrías y en las penas".
Se encomienda a diario a Jesús, al que ha empezado a llamar cariñosamente "JC". Marine también reza especialmente a san José, "porque siempre ha respondido a sus plegarias". "Allí arriba es un poco como una familia mezclada, y eso me habla porque yo crecí en una familia mezclada".
Su familia malinterpreta su fe y la de su hermano, que también es muy religioso. "Creen que vamos demasiado a misa", dice con una sonrisa ligeramente avergonzada. "Es difícil".
A pesar de las pruebas y tribulaciones, Marine da las gracias. "No llegué a esta familia por casualidad, tuve suerte y la quiero más que a nada".
Sin embargo, al crecer, la joven también sufrió por la forma en que se veía la discapacidad de sus padres y los orígenes humildes de su familia. "Una profesora de 4º de primaria me dijo un día que no iba a poder estudiar, porque mi nivel social no me lo permitía", cuenta. "Aquel fue el mayor espaldarazo de mi vida. La gente que no nace con una cuchara en la boca tiene una fuerza increíble, y desarrolla capacidades que otras personas no tienen".
"Lo primero que le diré a Dios cuando le vea es gracias por mi familia"
A base de tesón y trabajo, Marine terminó sus estudios y se convirtió en psicóloga. Mientras tanto, conoció a su futuro marido y se trasladó del sur de Francia a Bretaña. A los 24 años fue madre de un niño, Léopold, al que enseñó el lenguaje de signos. "Mi marido me dijo que quería que su hijo pudiera comunicarse con su abuela".
En septiembre de 2023, decidió lanzar su propia empresa para ayudar a las parejas a gestionar sus bienes, paralelamente a su trabajo como psicóloga.
Nacida de padres separados, Marine quiere utilizar su profesión para ayudar a las parejas a "convertirse en constructores", en contraste con una sociedad de consumo excesivo. "Si soy quien soy es gracias a mi familia. Quiero rendirles homenaje por su fuerza y su valor", insiste. "Lo primero que le diré a Dios cuando le vea es gracias por mi familia".