La nueva película del director neozelandés Lee Tamahori vuelve a tener el tono y la potencia de su ópera prima, Guerreros de antaño, en la que contaba historias de violencia de los maoríes de clase baja a finales del siglo XX. En The Convert (2023) se desplaza hasta 1830 para contarnos la epopeya de un predicador laico en tierras en las que los colonos británicos tratan de instalarse mientras dos tribus indígenas sostienen una guerra entre ellas.
Thomas Munro (Guy Pearce, sólido y eficaz como siempre) es un sacerdote cuyo cometido consiste en llevar el cristianismo a los parajes de Nueva Zelanda. Se trata de un hombre marcado por el dolor y un pasado sangriento: antes de ser misionero fue soldado, y las órdenes de atacar un poblado lleno de civiles le dejó huella y culpa. Así es como se convirtió en un hombre de fe, decidido a predicar la palabra de Dios y a mantener la paz entre los pueblos.
Al poco de poner un pie en aquellas tierras ofrece su caballo por la vida de una joven a punto de ser asesinada por la tribu rival. Así se convierte en una especie de protector y maestro de Rangimai, la feroz chica a la que ha salvado.
En el asentamiento colono Munro debe afrontar el racismo y la desconfianza que algunos habitantes manifiestan hacia su protegida mientras él se ocupa de sus labores: da Misa en la iglesia, dibuja bocetos a lápiz en su cuaderno, lee a Adam Smith y trata de interceder para que la concordia se establezca en la zona. En una de sus reuniones con uno de los jefes de las tribus en guerra por el territorio, éste le dice que, si busca la redención por medio de la paz, no la hallará, y añade: “Sólo la sangre redime a la sangre”. En algún punto tendrá que decidirse por un bando, lo que nos recuerda inevitablemente a la alternativa que elegía Rodrigo Mendoza (Robert De Niro) en La misión.
Fe y violencia y otros paralelismos con “La misión”
Y, ya que hemos citado la célebre película de Roland Joffé de 1986, apuntaremos que The Convert contiene algunos paralelismos con aquella, sobre todo en su manejo de los contrastes además del argumento: la serenidad y belleza de los paisajes naturales en contraposición a la violencia de algunos seres humanos, la paz espiritual de quienes predican en discrepancia con la ambición de los colonos que solo anhelan más tierras y más poder, la búsqueda de redención de un protagonista al que su pasado pesa como una losa…
La carrera de Lee Tamahori es de lo más extraña e irregular. Tras su mencionado y aplaudido debut, alternó entre los géneros: cine negro (Mulholland Falls), aventuras (El desafío), ciencia ficción (Next), suspense (La hora de la araña, El doble del diablo), acción (xXx2: Estado de emergencia) e incluso una de James Bond (Muere otro día). Desde Guerreros de antaño solo había contado otra historia de maoríes, inédita en nuestro país: The Patriarch.
El regreso a estas historias es lo que le confiere fuerza a su nueva película. Está bien rodada y mantiene en todo momento el interés sobre el personaje principal, Munro. Los espectadores menos acostumbrados a la sangre en el cine tendrán que tener en cuenta que hay algunos momentos de sangre y violencia bastante cruda mientras los maoríes luchan: casi todos los golpes los propinan con armas hechas de hueso, madera o piedra. Hay también una crítica implícita a cómo los colonos iban envenenando las tierras aborígenes con la venta de armas para facilitar que las tribus se mataran entre ellas. Thomas Munro, el hombre converso hacia la fe, es el único que parece comprender la realidad del asunto: si los maoríes no se unen, los británicos acabarán comiéndoles el terreno.