Los católicos hemos creído en las palabras que Cristo dijo a sus discípulos en el capítulo 6 del Evangelio de san Juan: "Yo soy el pan de Vida" (Jn 6, 48).
Palabras que los presentes en ese pasaje escucharon incrédulos, porque se preguntaban entre ellos:
"¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: 'Yo he bajado del cielo'?" (Jn 6, 42).
Sin embargo, el Señor Jesús fue más allá de lo que pudieron soportar cuando aseguró:
"Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo".
Comulgar para tener vida eterna
Sabemos que nuestro Señor cumplió su promesa de quedarse en el pan y en el vino durante la Última Cena, ordenando a sus apóstoles que hicieron lo mismo en su memoria, y que se cumple en cada Misa, donde podemos recibirlo en el momento de la comunión.
Encontramos en el Catecismo de la Iglesia católica que se llama "Comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo" (CEC 1331).
Así pues, comulgando recibimos al Señor Jesús que se ha asegurado de que consumamos la comida que da vida eterna.
Solo hay una condición
Para poder recibir la comunión dignamente necesitaríamos ser casi ángeles, porque no hay manera de entender la magnitud de lo que recibimos, ¡Dios que se queda en formas tan humildes como lo son la hostia y el vino consagrados! y se nos da en alimento.
Y lo único que necesitamos, además de la fe, por supuesto, es comulgar sin pecado mortal, por eso san Pablo es enérgico al afirmar:
"...el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación".
Parecerse a Cristo viviendo sin pecado
De tal manera nos vamos transformando porque nos acercamos a comulgar sin pecado, permitiendo que la gracia actúe en nosotros, pareciéndonos cada vez más a Cristo porque la comunión frecuente nos separa del pecado y nos preserva de futuros pecados mortales.
Quien así cuida su alma, necesariamente estará cada vez más cerca de ser como el Señor y estará preparado para el día en que sea llamado a cuentas. Esta es nuestra fe y nuestra esperanza, por eso, comulguemos con frecuencia y esforcémonos por vivir de acuerdo con la voluntad de Dios.