8:30 am Me he sentado afuera de mi casa, frente al jardín de mi esposa Vida, para reflexionar. Esta es la hora del día que más disfruto. Me permite pensar en Dios, contemplar mi vida, mis errores, y lo que deseo hacer con lo que me resta en este mundo.
Encontré un viejo diario, escrito cuando estaba joven, lleno de ideales. Un Claudio de 30 años enamorado de Jesús Sacramentado. Me pregunto qué me han hecho los años, ¿cómo no he podido ser siempre fiel a su amor?
Encontré en ese diario muchos propósitos que debía cumplir. Y sonrío agradecido al buen Dios por amarnos tanto. Reconozco que no lo merezco, y aun así me ama inmensamente. Nada de lo que haga cambia su parecer.
Dios me Ama, así de simple. Nos ama a todos.
Sabe que somos frágiles, pero no mira esto, sino lo que podemos llegar a ser con un pequeño empujoncito, con la gracia santificante. Esto ha convertido cobardes, pecadores, incluso criminales en hombres y mujeres que le han servido al final, con una sorprendente dignidad y valor, acercándolos a la santidad.
Es lo que yo quisiera para mí, la santidad. Tenerlo contento con mis actos, pensamientos y deseos.
Abrí mi diario y hallé estas palabras:
- Tener más presencia de Dios. Tener el pensamiento en Dios
- Imagina tu vida enamorado de Jesús Sacramentado. Qué diferente sería todo.
- ¿Qué tu vida no tiene sentido? Sé santo. Allí, en la santidad está la presencia amorosa de Dios, está el sentido de tu vida, las respuestas a tus inquietudes.
Creo que el afán de lograr grandes cosas en esta vida me desviaron del camino. No me percataba que todo lo que haga ahora pasará.
El verdadero valor está en el amor que ponga a cada cosa. Mi trato con los demás. En mi trabajo, con los que me rodean.
Amar y perdonar.
Dios siempre te mostrará el camino que debes recorrer. Y si no lo ves, basta que abras la santa Biblia.
Un amigo me contaba que cambió sus principios de vida. En lugar de buscar fama y dinero, buscaría a Dios.
“Hace mucho lo comprendí. Tu mejor negocio es salvar tu alma”.
Me encanta este pensamiento de la Beata María Teresa Scherer:
“Las manos son para el trabajo y el corazón para Dios”.
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