Mientras te escribo estas palabras me encuentro como millones de panameños, encerrado en casa, en una nueva cuarentena obligatoria. Han suspendido las misas presenciales nuevamente, esta vez por 15 días, y nos vemos privados del alimento espiritual.
“Jesús les dijo: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.” (Juan 6, 53-58)
Quiero ir a misa y recibir a mi Señor, pero no puedo. Nos queda la oración, la comunión espiritual y la confianza en nuestra Madre Iglesia.
Pido mucho a Dios que me envíe el Espíritu Santo para tener discernimiento, y comprender, para ser humilde, algo que tanto me cuesta en estos tiempos difíciles que vivimos. Le pido valor para no callar ante la injusticia y levantar la voz por aquellos que no la tienen o no se atreven, para defender la vida como don sagrado de Dios, desde el momento de su concepción y compartir la buena Nueva del Evangelio.
Por las tardes, luego de tomar un aromático café y unos panecillos calientes con mermelada casera y mantequilla, me llama mi esposa Vida para que juntos escuchemos la misa por Internet.
Mi inquieto corazón se sosiega con la Eucaristía y encuentra paz.
Lo que más me duele es el sufrimiento a mi alrededor. Siempre hay alguien conocido que enferma o algún familiar suyo que parte de este mundo aquejado por esta terrible pandemia. Pido por ellos. ¿Te animarías a hacerlo? Necesitan nuestras oraciones.
En este año de san José he decidido acercarme más a él y pedir sus consejos y ayudas del cielo. Su vida no fue fácil y nos comprende. Es un poderoso intercesor ante su hijo Jesús.
Acércate confiado a san José, nunca te va a defraudar.
“Amadísimo Padre mío San José: confiando en tu bondad y en el valioso poder que tienes ante el trono de la Santísima Trinidad y de María tu Esposa y nuestra Madre, te suplico intercedas por mí y me alcances la gracia de la humidad, la santidad, la alegría de ayudar a los demás. Enséñame a ser un buen padre y que pueda dar ejemplo con mi vida y mis palabras, a los demás”.