Hace algunos años participé en un programa de radio católico. Sería una experiencia nueva, inolvidable. Es ese momento no lo sabía y estaba reacio a participar. Una cosa es escribir y otra hablar en público.
Me encanta escribir y compartir mis aventuras con Jesús. Me siento frente al computador y escribo. Si me equivoco, borro las palabras y las vuelvo a escribir. Pero en la radio, hablar en un programa que se transmite en vivo, todo es diferente.
Ese día fue muy especial.
Llegué con mi esposa Vida a David, la capital de una provincia maravillosa en Panamá llamada Chiriquí, a 6 horas de distancia en auto.
Siempre que voy a un lugar lo primero que hago es buscar una iglesia para ir al oratorio donde tienen el sagrario. Hablo con Jesús , le agradezco el viaje y le pido que dé frutos.
Salí del sagrario con una llama en mi interior, que me quemaba el pecho. No podía callar este amor inmenso de Dios por la humanidad. Sentí una gran necesidad de hablar de Él.
Como te comenté estaba reacio. La idea no me agradaba, pero había en mí una fuerza mayor que me impulsaba a hacerlo.
Te parecerá una locura, a mí también me lo pareció. Encontré una emisora, “Radio Católica”. Pedí hablar con el gerente. Era una mujer muy gentil.
“Vengo de una capilla de hablar con Jesús, y ahora tengo una urgencia para hablar de Jesús. Decirle a todos que nos ama, que somos especiales para Él”.
Ella me sonrió amablemente, me escuchó atentamente, me palmeó el hombro y respondió:
“Lo espero a las tres de la tarde”.
Me subí al auto. En ese momento de pausa reflexioné y me dije aturdido:
“¿Qué has hecho Claudio? ¿Cómo se te ocurre?”
Quedé paralizado en el auto al darme cuenta de la situación. No había marcha atrás y a las tres en punto estaba en la emisora. Pasamos al salón de grabaciones, con micrófonos, la pared forrada con un material aislante. Las manos me sudaban frío.
“Es hora”, me dijo.
Y añadió estas palabras tranquilizantes:
“Le va a ir bien, no se preocupe”.
Acerqué mis labios al micrófono, se encendió una luz roja y empecé a hablar de Jesús.
¡Qué experiencia! A medida que hablaba me sentía feliz. Era un privilegio poder hablar de mi mejor amigo. Conté algunas anécdotas, no faltó “EL TAXISTA DE DIOS”. Fue una hora, que se hizo minutos, segundos.
Ocurrieron cosas increíbles, maravillosas.
Como siempre, Jesús hizo de las suyas y el programa dio frutos.
Lo repetimos meses después cuando volvimos a la provincia, con los mismos resultados.
Ese día aprendí que debemos estar atentos a lo que nos pide Dios. Y no temer porque no estamos solos.
La gracia y el amor de Dios siempre te acompañan.
Ahora, cuando voy a algún lugar lo primero que hago es ir a la iglesia para hablar con Jesús, luego busco una emisora para hablar de Jesús.
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