Mi papá me dio su nombre: “Claudio”. Era judío. Mi abuelo paternal se llamó Abraham Moisés. Tengo primos que son Rabinos. Cuando iba a la sinagoga por alguna actividad familiar solía impresionarme al pensar cuántas veces Jesús fue a una sinagoga en Nazaret el día del Sabbat y escuchó lo que yo escuchaba.
Crecí con las dos culturas y en la fe católica debido a mi madre.
Ahora de grande abrazo el catolicismo con alegría, agradecimiento y humildad, sabiéndome indigno de tantas gracias y dones que encontramos en nuestra santa Madre Iglesia.
Mi papá solía viajar mucho porque trabajaba en una aerolínea muy conocida, la Pan American World Airways.
Recuerdo mi sorpresa cuando una mañana fui a su cuarto y me detuve frente a su mesita de noche. Había allí un libro que llamó mi atención. Se titulaba: “Fray Escoba”. Estaba escrito con tal gracia que me cautivó desde sus primeras palabras.
Cada mañana al irse mi papá a su trabajo, entraba a su habitación, tomaba el libro con cuidado de no quitar la marca que él había dejado para no perder la página de su lectura; y me sentaba a leerlo. Me maravilla con las aventuras que tenía con Jesús el buen Fray Martín.
Creo que este impactante libro sobre la vida de Fray Martín de Porres despertó en mí el gusto y la alegría de leer libros sobre la vida de los santos. Su vida cambió la mía, es indudable. A mis 60 años todavía leo estos libros, sus biografías, que nos inspiran y llenan de esperanza.
¿Mis preferidos?
“Historia de un Alma” de santa Teresita del niño Jesús. Los libros que escribió Don Bosco. Y las vidas de san Martin de Porres, san Francisco de Asís, El cura de Ars, santo Domingo Savio, santa María Goretti, San Antonio de Padua y muchos más…
Al leerlos te das cuenta que vale la pena gastar tu vida por Dios. Que existen cosas más grandes en este mundo pasajero, que el Poder y el dinero. La humildad. El Perdón. La Misericordia. La oración. El amor a Jesús Sacramentado. La sana devoción a la Santísima Virgen María. Participar con devoción de la santa Eucaristía.
Cuando tengo dudas, acudo a estos libros MARAVILLOSOS, los leo, recorro los caminos de la vida al lado de estos santos, los veo a la distancia, como uno más de los que los conocieron y recobro la serenidad y la alegría. En ese momento exclamo: “¡VALE LA PENA!”
“Si ellos pudieron”, me digo, “Yo también puedo”.
Luego acudo a Misa… Fortalezco mi alma y me lleno de una alegría inexplicable. Olvido las penas, la adversidad que estoy atravesando y me abandono en las manos amorosas de Dios, nuestro Padre.
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