Me encantan los comentarios que dejan los lectores en los blogs que publico en Aleteia. Disfruto mucho cuando escriben de Dios y de cómo Jesús, desde un pequeño sagrario ha tocado sus vidas.
“Visito el Sagrario todos los días desde hace dos años. Mi vida cambió para siempre”.
O cuando experimentan su dulce presencia.
“Es lo más hermoso que nos puede pasar: Estar en la Presencia de nuestro Dios”.
No imaginas cuánto me ilusiona también, cuando alguien me comenta:
“Don Claudio, fui a un oratorio y saludé a Jesús en el sagrario, de su parte”.
¡Es maravilloso!
Para mí, ir a visitarlo cada día en una alegría.
Hay momentos en que hago algo diferente, para sorprenderlo. Conduzco el auto acompañando a mi esposa Vida en sus mandados, y nos detenemos en diferentes iglesias, para dejarle un saludo y decirle que le quiero.
Lo imagino sorprendido diciéndome:
“Pero Claudio, ¿no estabas hace poco en tal iglesia?”
Me encanta sorprender a Jesús con pequeños gestos de amor.
En cierta ocasión recibió nuestro saludo en Jerusalén, España, Ecuador y Puerto Rico, todos el mismo día, gracias a lectores y amigos “cómplices” que me ayudaron en esta travesura espiritual.
Yo desde Panamá sonreía feliz pensando:
“Vaya, esta vez lo tendré confundido”.
Pero Jesús seguro habrá sonreído de alegría. Le ilusiona que lo visitemos en los sagrarios. Nos llama, nos invita y te pide: “Ven a verme. Aquí estoy, para ti”.
¿Quieres sorprenderlo? Dile que le quieres.
Lo que más le gusta es saberse amado.
No tengas reparos en decirle que le quieres.
Me parece que una vez te hablé sobre este amigo mío que viajó a otro país para participar de un Congreso Carismático Católico. Había cientos de personas reunidas, escuchando predicar a sacerdotes y laicos consagrados. Él se encontraba cerca de la tarima. Inesperadamente lo llamaron. Cuando subió, le dijeron: “Ahora usted debe hablar” y le acercaron el micrófono.
Me cuenta que sintió que se paralizaba, no sabía qué hacer o decir. Oró brevemente con los ojos cerrados y le pidió al Espíritu Santo que pusiera en su boca las palabras necesarias. De pronto experimentó un amor tan grande que se le pasó el miedo y dijo con voz fuerte y clara:
“Jesús, yo te amo. Jesús, yo siempre te amaré”.
Eso fue todo. No dijo más nada. Un silencio llenó el auditorio. Y de pronto irrumpieron los aplausos.
A menudo me acuerdo de esa breve y bella oración, sobre todo cuando voy al sagrario. Y se repito al amigo grande:
“Jesús, yo te amo. Jesús, yo siempre te amaré”.
¿Y tú? Díselo a menudo, dile que le quieres.
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Te dejo con esta bella canción que nos hace reflexionar en el amor de Jesús.