A veces cierro los ojos y recuerdo mi infancia en Colón, una ciudad costera, con el mar cerca de la casa donde vivía. Empecé a conocer el mundo en Colón.
Enfrente, cruzando la calle, las Siervas de María tenían su residencia y en ella había una capilla hermosa con un sagrario espectacular, bellísimo. Me asomaba por las mañanas desde la ventana de la casa para saludar a Jesús que permanecía en ese sagrario, a la espera que alguien le visitara.
Las monjas franciscanas en el Colegio Paulino de san José, nos hablaban de Él, lo especial que era, misericordioso, bueno, generoso.
Jesús y yo, compartimos algo especial. Éramos amigos. Los años no han hecho más que acrecentar esta amistad. Claudio y Jesús.
Le he pedido que el día que parta de este mundo, venga a mi encuentro y me regale una gran sonrisa (para tranquilizarme) y un abrazo generoso.
“Llegaste Claudio”.
“Llegué Jesús, gracias a ti”.
Me falta tanto para lograr este lejano sueño. Es un anhelo por conquistar.
Alguien como yo, testarudo, imperfecto, camina con más dificultad que otros, por el trayecto de la vida al Paraíso. A veces me sorprendo por las tonterías que hago y recuerdo estas palabras asombrosas de san Pablo:
“Puedo querer hacer el bien, pero hacerlo, no. De hecho, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.” (Carta a los Romanos, 7, 18-19)
La verdad es que tropiezo a menudo y me veo rodando cuesta abajo por la montaña de Dios. Debo esforzarme más, pero no me desanimo.
Cuando estoy cansado o tengo inquietudes voy al sagrario y SIEMPRE ocurre lo sorprendente, me lleno de PAZ y de esperanza, de una alegría que no es mía. Allí me espera Jesús, con su sonrisa y amistad y hasta bromas compartimos.
Eso de rendirse, no lo acepto, debo dar más de mí, por Jesús.
Y tú… ¿Caíste? Nada pasa. ¡Levántate!
El premio es una maravillosa eternidad al lado de Dios. Y vale todo esfuerzo.
Me consuela saber que otros, antes que yo, grandes pecadores, se esforzaron, no se rindieron y llegaron a ser santos. Por eso me encanta leer sus biografías. Nos muestran el camino que recorrieron y que también nosotros podemos transitar.
Ellos lo lograron. No es imposible. Requieres voluntad, oración, confianza en Dios y anhelos de eternidad.
¡Ánimo! El mundo necesita santos modernos, necesita de ti.
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