Lo sé, atraviesas un momento muy doloroso. ¿Dónde encontrar consuelo?
Somos personas y tenemos sentimientos, amamos, y nos desagarra el alma la partida de un ser amado.
De pronto, súbitamente, sin aviso, ocurre el tránsito de este mundo a la vida eterna, de algún familiar. Es un momento en el que sientes que todo se detiene a tu alrededor. Nos cuesta comprender lo que está ocurriendo. Es doloroso. Estamos allí y de pronto ellos se han marchado.
He visto a mi padre partir. Lo sostenía en mis brazos. Lo abrazaba fuerte, muy fuerte, y le hablaba al oído. Le decía palabras de consuelo. Le hablaba de un Paraíso prometido a los justos, del amor de nuestra Madre celestial, de los santos del cielo, de la Gloria eterna.
Quería que supiera que estaba con él, que no lo dejaría solo en ese momento. Me consolaban la fe, y me fortalecía la certeza del cielo prometido.
Quise transmitirle estos pensamientos:
“No temas. Todo va a estar bien”.
Y me repetía: “Creo Señor, pero aumenta mi pobre fe”.
“Hermanos, no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús”. (I Tesalonicenses 4, 13-14)
Cuando murió, recuerdo que lo miré largo rato para grabarlo en mi mente y pensé: “Ahora estás en el cielo”.
Me gusta mucho leer la vida de los santos de nuestra iglesia, porque descubres en ellos una humanidad sencilla, como la tuya. Hombres y mujeres pecadores que se esforzaron por agradar a Dios y depositaron en Él su confianza.
Cuando lees sobre sus últimos momentos descubres una paz sobrenatural que se esparce por el lugar donde se encuentran y que todos notan. Se cuenta que san Benito murió de pie, con los brazos elevados, y estas fueron sus últimas palabras: “Hay que tener un deseo inmenso de ir al cielo”. De santa Clara de Asís leí que estas fueron sus palabras: “Gracias Señor, por haberme creado”.
Eran personas como tú y yo, con una pequeña diferencia: tenían la certeza absoluta del cielo. Los sostenía su fe inquebrantable. Creían, con toda el alma y el corazón.
Yo también quiero creer Señor. Con toda el alma.
“Yo soy la resurrección. El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Juan 11, 25-26)
Estoy seguro que Jesús no te va a abandonar ahora. Él va contigo. Dile: “Creo esto Señor. Creo en la vida eterna. Creo en tus Palabras”.
Él te dará la paz que necesitas. Debes creer. No temas hacerlo.
“Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde”. (Jn 14, 27)
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¡Dios te bendiga!
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