He sabido de tantos casos y me indigno. Siento que estamos en desventaja. Luchamos contra un enemigo al que no vemos y que muchas veces dudamos de su existencia. Sin embargo, allí está, detrás de nuestras almas, buscando tu perdición, haciéndonos la vida imposible.
Divide familias, logrando que el hombre, hijo amado de Dios, haga lo indecible. Y si no lo crees toma cualquier diario en tu país y lee la primera página.
Es astuto. Inteligente. Tiene todo el tiempo a su disposición para estudiarnos y buscar nuestras debilidades, en qué áreas flaqueamos… y se va por allí. Apretando la tuerca.
Tal vez por eso las tentaciones son tan diversas: la pornografía, el dinero, hablar mal de los demás, la envidia. Por ello se han listado como Pecados capitales. Son 7.
Yo me reconozco en muchos de ellos.
- La soberbia.
- La avaricia.
- La lujuria.
- La ira.
- La gula.
- La envidia.
- La pereza.
Puedes pensar:
“Es poca cosa, un pecadillo apenas”. “Un minuto de placer”. “Un pensamiento de odio a la ligera”.
Cada vez que alguien me hace estos comentarios le sugiero que busque un sacerdote y haga una buena confesión sacramental, que restituya su amistad con Dios.
Suelo pensar:
“Si pierdo la gracia lo pierdo todo”.
Apenas ayer un lector de estos blogs me escribió desalentado porque estaba ofendiendo a Dios y se esforzaba por no hacerlo. En esos momentos me encanta recomendar las sabias palabras que he escuchado a algún sacerdote:
“Santo no es el que nunca cae, sino el que siempre se levanta”.
Estoy seguro que Dios ve ilusionado nuestra voluntad de no ofenderlo y es nuestro Padre y nos conoce bien, por eso nos abriga en su amor cada día y nos dice:
“Ánimo. Sean santos. Yo estoy con ustedes”.
Si caes, vamos, levántate, no le des gusto al diablo. Es malo con ganas. Más que malo, malísimo. Y si aún piensas que un leve pecado no es gran cosas te recomiendo que leas las biografías de los santos y sus luchas por conservar el estado de gracia.
Bien decía la beata, sor MARÍA ROMERO:
“Un solo pecado bastó para convertir a Luzbel en Lucifer”.
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