Mi esposa Vida tiene un hermoso jardín en la entrada de nuestra casa que cuida con esmero. Cada tres semanas rocía con abono las plantas para que se fortalezcan.
Esta tarde, como muchas otras veces, saqué dos sillas afuera y nos sentamos un rato, Vida y yo, a disfrutar la tarde.
Un mirto ha florecido y esparce al viento su aroma.
Al sentirlo me comentó Vida:
“Es una planta muy agradecida. En vez de florecer dos veces al año, florece cada quince días”.
Ese pequeño mirto nos regalaba un dulce aroma que consolaba nuestros corazones en este notable momento. Me pregunté de pronto: “¿Qué le doy a Dios?”
Trato de perdonar siempre. Reconozco que debo amar. Recordé las ofensas continuas, mi falta de caridad, mis pecados. ¿Qué hacer?
Iré al sagrario y le pediré al buen Jesús un poco de su amor, porque el mío es insuficiente, pobre, y nunca alcanza.
Al instante me imaginé a Dios mirando desde el cielo, buscado almas agradecidas por el don de la vida y las maravillas de la naturaleza que ha puesto para nuestro deleite.
“¿Dónde están mis hijos agradecidos?” se pregunta, mientras mira hacia la tierra.
Recordé el salmo 53 y me sentí muy mal.
“Se asoma Dios desde el cielo, mira a los hijos de Adán, para ver si hay alguno que valga, alguien que busque a Dios.”
No siempre he sido agradecido con Dios. Exijo constantemente. Me inquieto cuando no cumple lo que le pido, o cuando no entiendo su santa voluntad.
He comprendido que debo ser agradecido. Y amar. Hacer lo que Dios me pide es una forma de agradecerle tantas gracias en mi vida:
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.” (Mateo 22, 37 -40)
¿Qué nos pide Dios? Amarlo y amar al prójimo.
Sabe que quien ama es feliz. Y nos quiere felices.
El amor es un camino seguro a la santidad, porque quien ama nada malo querrá hacerle a su prójimo, que es su hermano.
“Señor, Jesús, ten piedad de mí, que soy un pecador”.
Ante mi debilidad, hoy vuelvo a repetir la oración del Padre Pío.
Le pido a Dios su Misericordia y perdón.