Hasta hoy te escribo. Dediqué esta semana a reflexionar en mi vida. Pensé mucho lo que he hecho con ella y lo que haré los años que me restan. A veces sencillamente sentimos que no podemos más. ¿Te ha pasado? La cruz pesa mucho y creemos que no podemos cargarla, que no puedes dar otro paso. En ese momento, cuando te detienes y dices: “No doy más”, es cuando cometes el mayor error de tu vida; “Abandonas la oración”.
Quien no ora está perdido.
Lo he comprobado cientos de veces. Te desanimas al no ver solucionados tus problemas y te vas abandonando en la desesperación.
Mientras te escribo rezo. Le pedí a Jesús que convirtiera mi trabajo en una oración grata. Me sumerjo tanto en los libros que estoy publicando que me olvido de rezar. Por lo general suelo hacer pausas para agradecer a Dios por amarnos, por darnos la vida, por ser nuestro Padre.
No imaginas lo hermoso que es sencillamente dedicar unos minutos a Dios. Me encanta.
Sí, lo sé, soy un bicho raro, me lo han dicho cientos de veces. Pero no le presto atención, lo ofrezco a Dios y listo, sigo adelante.
En este momento mientras te escribo siento su presencia Viva. Comprendo que nos ama infinitamente, que soy una persona limitada por mi humanidad y no podré ver en toda su magnitud las gracias innumerables que Él nos da gratuitamente, por amor, para que un día podamos estar en el Paraíso.
Entre cada frase me detengo para decirle:
“Gracias Dios mío, por amarme, a pesar de lo que soy”.
Hace años, llegué a la conclusión que estaba perdido porque apenas oraba, no tenía presencia de Dios en mi vida. Y un día descubrí el tesoro maravilloso que es. Al volver a la oración, renové mi vida, todo cambió para mi.
He descubierto en la oración un tesoro y quería compartirlo contigo.
Hay que rezar, pasar momentos a solas con Dios, en su amorosa presencia, así nos fortalecemos y podremos superar la adversidad, caer menos en las tentaciones.
¿No sabes cómo rezar? No pasa nada. Consigue un librito de los salmos. Son las más bellas oraciones que puedas encontrar. Te llenan el alma de paz y te reconfortan en los momentos más difíciles de tu vida.
“Escúchame, Señor, y respóndeme, pues soy pobre y desamparado;
si soy tu fiel, vela por mi vida, salva a tu servidor que en ti confía.
Tú eres mi Dios; piedad de mí, Señor, que a ti clamo todo el día.
Regocija el alma de tu siervo, pues a ti, Señor, elevo mi alma.
Tú eres, Señor, bueno e indulgente, lleno de amor con los que te invocan.
Señor, escucha mi plegaria, pon atención a la voz de mis súplicas.
A ti clamo en el día de mi angustia, y tú me responderás.” (Salmo 86 1-7)
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¿Conoces los libros sobre la oración de nuestro autor Claudio de Castro?
Te lo recomendamos: “EL PODER DE LA ORACIÓN”.