Aquella mañana de octubre me telefoneó un sacerdote amigo.
“Sé que te gustan las intervenciones divinas. Tengo una historia para ti”.
Me dejó con ganas de saber más. Y por la tarde en auto me encaminé hacia su parroquia.
“Es una parroquiana muy devota de la Virgen María. Después de un tiempo, casada, logró tener una hermosa bebita. Una niña preciosa. Cada mañana se la encomendaba a la Virgen y le colgaba en el pañal, con un imperdible, una Medalla Milagrosa. Esto le brindaba una gran tranquilidad. Sabía que la Virgen siempre le cuidaría a su bebita. Cierta mañana salieron de paseo en un pequeño auto hacia el interior del país. En Panamá se acostumbra en el campo que al atardecer, las personas que tienen casas cerca de la carretera, se sientan en sus portales a ver pasar la tarde y conversar sobre las faenas del día.
Por la tarde cuando regresaban a Panamá, un camión los embistió. Fue un momento dramático. Lo que sigue lo sabemos por las personas que estaban en el portal de sus casas, cerca del lugar, vieron el accidente y lo contaron sorprendidos.
Con el impacto, el auto quedó completamente destrozado. La bebita salió disparada por una de las ventanas que se rompió. A un costado había un puñado de rocas. Hacia allá se dirigió la bebita en el aire, con el impulso de la colisión. Era inevitable la tragedia. Nadie podía hacer nada. La madre estaba dentro del auto inconsciente. Todo ocurrió en cuestión de segundos. Cuando iba a golpear las rocas, algo inusitado pasó. Se detuvo. Quedó suspendida en el aire. Y bajó lentamente, como si alguien la hubiese sostenido y bajado con cuidado. Quedó ilesa, segura, en un pequeño espacio entre las rocas, el único con hierba copiosa”.
Lo miré sorprendido y al ver mis dudas añadió:
“Vive cerca de la parroquia. Te doy el teléfono y la dirección para que los visites”.
Le agradecí y fui de inmediato a conocerlos.
Me recibieron con tanta amabilidad. La mamá me contó la historia nuevamente, me habló de su devoción Mariana y el uso de la Medalla Milagrosa. Luego me condujo a una cuna y me mostró a su bebita. ¡Qué linda! Dormía plácida. “Ni siquiera un rasguño”, comentó la mamá. “Que buena es La Virgen que me cuidó a mi hija”.
De vuelta en casa volví a leer la historia de las apariciones de la Santísima Virgen María a santa Catalina Labouré, en 1830. En una de sus apariciones le mostró el modelo de una medalla y le dijo:
“Haz acuñar una medalla según este modelo, las personas que la llevaren en el cuello recibirán grandes gracias; las gracias serán abundantes para las personas que la llevaren con confianza”.
Colgado de mi cuello llevo desde muchos años la medalla de la virgen y la cruz franciscana
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