A veces siento como una necesidad urgente de ver a Jesús en el sagrario. Es un sentimiento que me brota del alma, como una fuente de agua inagotable. Y comprendo.
“Me llamas Jesús”, le digo.
Sé que Dios es amor y he aprendido a verlo en ese amor, puro, tierno, misericordioso. Y voy a su encuentro.
En el camino recuerdo estas palabras de san Pablo.
“El amor es paciente y muestra comprensión. El amor no tiene celos, no aparenta ni se infla. No actúa con bajeza ni busca su propio interés, no se deja llevar por la ira y olvida lo malo. No se alegra de lo injusto, sino que se goza en la verdad. Perdura a pesar de todo, lo cree todo, lo espera todo y lo soporta todo.” (1 Corintios 2, 13)
Ese es Jesús. Puro amor.
No más acercarme al oratorio me imaginé que salía Jesús a mi encuentro y me abrazaba fuerte. El abrazo de una gran amigo y hermano. Y yo le abrazaba con toda el alma y todas mis fuerzas.
“Claudio, ¿ves cuánto sufro por mis sacerdotes?”
Es la primera vez que visito a Jesús en el sagrario y lloro.
“Lo sé mi buen Jesús y he venido a consolarte. Quiero decirte que te quiero, una y mil veces. No quiero que estés triste. Déjame consolarte mi buen Jesús”.
Como estábamos solos Él y yo, le cante un rato: “Tú reinarás”. Es una canción de mi infancia, la cantábamos en Misa.
Desgarra su Sacratísimo Corazón el pecado de los hombres a los que tanto ama y por los que dio su vida, pero el grave pecado de un sacerdote, sus amados sacerdotes, lo destroza y le hace sufrir lo indecible.
“Lo sé buen Jesús. Sufro de sólo leer lo que ocurrió”, le dije. “Imagino lo que sientes, ya que tú lo sabes todo y lo ves todo, por ende, viste lo que pasó”.
Me he quedado un rato arrodillado ante Jesús Sacramentado.
“Perdona Señor nuestros graves pecados”.
El oratorio se encontraba solo, como no llegaba nadie, me quedé un rato con Él.
Antes de marcharme le rogué: “Creo Señor, pero aumenta mi pobre Fe. Dame humildad y la gracia de poder perdonar y amar a todos”.
Te pido querido lector(a) que vayas a verlo al sagrario y lo consueles, con tus cantos, tu amor, la pureza de tu alma, tus palabras de consuelo y oraciones. Y cuando vayas por favor dile: “Claudio te manda saludos”. Ya sabes que me encanta arrancarle una sonrisa.
Mi buen Jesús, ¡cuánto te amo!
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Los dejo con esta bella canción