He llegado a la Iglesia. Estaciono el auto y sonrío feliz. Me bajo del auto y camino hacia el portón. Lo cruzo y me dirijo al oratorio donde está Jesús. Unos golpecitos en la puerta para avisarle.
“Llegué…
Aquí estoy Jesús. ¿Qué puedo hacer por ti?
Me he dado cuenta que necesitas amigos en estos tiempos oscuros. Yo quiero ser uno de tus amigos. Me has dado todo lo que tengo, no podía de ser de otra forma.
Quiero permanecer entre los tuyos, que el día juicio me cuentes entre aquellos a los que llames:
“Vengan benditos de mi padre…”
Soy indigno de tanta gracia, buen Jesús. Reconozco lo mucho que me falta para llegar. ¡Qué lejos estoy! Pero, créeme, lo anhelo con todo el corazón. Y me esforzaré. A veces soy un tonto y vivo como distraído y caigo y me levanto. Y llegas tú y me tiendes la mano de amigo.
Me dicen que soy un ingenuo, pero no deseo ni quiero separarme ni alejarme de ti. Eres mi mejor amigo.
“Te quiero Jesús”. Y no me da pena declararlo en público.
Me acuerdo de un amigo, uno de esos “locos” enamorado tuyos que decía:
“En mi corazón hay un sello. Y ese sello dice: “JESÚS”.
Yo también quiero tener ese sello. Y que se note en mis palabras, mis gestos, mis pensamientos, mis actos, mis ideas. Que seas tú y siempre tú, Jesús, mi mayor bien.
Hace unos días escribí sobre tu presencia real en los sagrarios del mundo. Quiero compartir con todo el que pueda esa maravillosa presencia tuya, las gracias que nos brindas por tu amor. Al tiempo fui a visitarte, ¿recuerdas? Y en la puerta de la iglesia me encontré con una muchacha de unos 15 años. Me habló emocionada de ti
“Sabe señor Claudio, empecé a visitar a Jesús en el sagrario de esta iglesia y descubrí un amor que me supera, que está más allá de lo que podría imaginar. Es un amor que te inunda, abraza, te llena, y sorprende. Desde el sagrario, me sorprendió con su amor. Ahora quiero pasar más tiempo con Jesús”.
Había tal ilusión en su mirada que, hasta yo, que he visto tantos milagros patentes en los que te visitan, quedé sorprendido y admirado.
“Qué maravilla”, le respondí. “Cuando vayas a verlo, dile que lo amas. Nunca te canses de hacerlo. Ámalo mucho, ámalo más”.
Me gusta decirle que le quiero, cuando lo miro en un sagrario, pero sobre todo cuando voy a comulgar en Misa. Estoy en la fila y al acercarme veo el copón con las hostias consagradas. Desde ese momento empiezo a decirle que le quiero y el agradecerle tanto amor.
Querido lector(a) cuando vayas a verlo al sagrario, no te canses de decirle que “lo quieres mucho”.
¡Dios te bendiga!
………….
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