Recuerdo aquella noche que me acosté a dormir con una oración en los labios:
"Soy como una semilla Señor. Siémbrame en tu Corazón, para que pueda germinar y dar frutos".
Me imaginaba como una semilla lanzada al viento, llevada al mundo, buscando dónde germinar.
Comprendes de pronto aquellas palabras: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,16). Y yo quiero dar frutos que le agraden y lo pongan contento.
Me he dado cuenta de que cuando no vivo en Su presencia me va muy mal, caigo con facilidad en el pecado y me alejo de Dios.
Es Él quien me ayuda a conservar la gracia, que con mis fuerzas no puedo. Es Él quien le da sentido a mis días y mi vida.
Es por Él y para Él que quiero vivir y dar frutos en este mundo.
Pasé aquella noche en desvelos, inquieto, apenas dormí. Mi alma seguía rezando:
"Soy como una semilla Señor. Siémbrame en tu Corazón".
No encontraba en este mundo un lugar más hermoso para germinar y dar frutos.
Desperté con la oración aún rondando mi alma. Busqué una hoja de papel un lápiz y me senté a escribirla, para no olvidar. Me ilusiona compartirla contigo:
Oración
He visto una semilla Señor,
que ha caído en la vereda del camino.
Tú la creaste.
¿Qué hace allí?
¿Espera la tierra fértil,
la lluvia del invierno
la brisa del verano?
Si no los encuentra,
¿dónde podrá germinar?
Un niño pasa cerca, pero no la ve.
El viento la mueve a su gusto,
de un lado a otro.
Debe germinar, y crecer
y dar frutos. Para eso la creaste.
Soy como esa semilla Señor.
El viento me lleva de un lado a otro
y aún no vivo, según tu voluntad.
Siémbrame en tu Corazón,
para que pueda germinar
y dar frutos para ti.
Señor, yo también quiero germinar y crecer.
Quisiera hacer tantas cosas y no puedo.
Reconozco mi inutilidad.
Sin ti, ¿qué puedo hacer?
Tú lo has dicho: "Sin mí no pueden nada".
Y yo, sin ti, nada puedo.
Soy como esa semilla Señor.
Siémbrame en tu Corazón,
para que pueda germinar
y dar frutos.